La nota disonante

Words on loose-leaf sheet complete coming

I jump in my mind and summon the rhyme I’m dumping

Healing the blind, I promise to let the sun in

Sick of the dark ways we march to the drumming

Hands Held High, Linkin Park


La música es una de las cosas más bonitas que hemos creado como humanidad. Puede ser, en mi opinión, nuestra mejor forma de trascender. Es nuestra forma de gritarle a lo bello, al amor. Pero también puede ser – como ha sido – un modo de control. Y, como es tan maravillosa, puede ser una de las mejores formas de salir de ese control. La música, y su historia, se liga con la historia de la humanidad; con la historia de las injusticias, con la historia de amor y de cambio. La música es nuestro reflejo.

Como el derecho, la música se fue institucionalizando hasta llegar a lo que tenemos ahora: notas escritas en un pentagrama, el “do, re, mi”, el cálculo matemático para hacerla “perfecta” o “de élite”. Asi como el derecho surge para ordenar las conductas humanas, para que vayamos en armonía; la profesionalización de la música puede cumplir con el mismo rol. La humanidad puede bailar al mismo ritmo; y ese ritmo hace que también pueda marchar hacia el campo de batalla. La música puede ser utilizada por el gobierno para generar identidad nacional; o puede generarla realmente.

Ejemplos de dictadores que han utilizado la música para enaltecerse o como medio de control hay muchos. Tal vez, uno de los ejemplos más famosos es el papel que jugó la música en el Tercer Reich. La idea de que Alemania estaba en decadencia gracias a la creciente popularidad de géneros como el jazz fue muy importante para la filosofía del régimen. Al mismo tiempo, la música alemana clásica fue subida a un pedestal nacionalista y fue utilizada como forma de influenciar a las multitudes.

Aun así, la música es reflejo de nuestra humanidad, y como no somos tan simples ni tan fáciles de controlar, ante las diferentes formas de intento de control, surgen reacciones, notas disonantes. Surgen personas que, por medio de la música y resistiendo a la censura, intentan alzar la voz. Surge un pueblo con canciones de antaño, o creadas para el momento, cantando al unísono en contra de la partitura impuesta. Y surgen nuevos géneros, expresiones de los grupos oprimidos que toman fuerza y se revelan en contra de lo establecido. Que, así como se buscan cambiar las leyes para que sean inclusivas, buscan cambiar los cánones musicales para y ser escuchados. En este texto ahondaremos en el poder que tiene la música como método de control y, a su vez, como la forma principal de reacción y resistencia.

La protesta, el cambio y la música

“Como quisiera ver que el artista
Está buscando la manera
De hablar de todo
Lo que se ha vuelto importante y aun así
Nunca es bastante
Aún nos falta, y vaya si nos falta, tanto a que cantar…”

Carta a Francia, Fernando Delgadillo

La trova cubana, el rap, les cantautores latines, las protestas del 68, les cantantes africanes, los diferentes grupos sociales. Las feministas, el movimiento LGTB+, migrantes, desplazados, quienes buscan su voz. El reggaetón como un género disruptivo. El trap. El blues, el jazz, el rap. Así como el rock en su época, los grupos sociales se movilizan y se identifican con géneros musicales específicos, porque son de su creación, porque surgen de su historia, de su lucha.

La música grita por injusticias. Desde canciones de las mujeres como Un violador en tu camino” de las Tesis o “Canción sin miedo” de Vivir Quintana, los movimientos feministas de America Latina han resaltado por sus intepretaciones protestando en contra de las leyes, las injusticias y el estado que guardan las cosas. Protestando en contra del machismo institucionalizado. Canciones que te calan hasta los huesos. Canciones que piden cambios a las leyes machistas, reformas a los poderes estatales y que se paren las injusticias. Canciones que gritan por sus muertas.

La música grita por injusticias. Desde canciones de la comunidad afroamericana en Estados Unidos como Fuck da Police” de N.W.A., “Across the lines” de Tracy Chapman o “Hurricane” de Bob Dylan, se expone la brutalidad policial en contra de la comunidad. Se pide un cambio en el derecho y las instituciones que sistemáticamente discriminan a la población. Visibilizan un problema. Crean comunidad.

La música grita por injusticias. Y puede gritar, y, en mi opinión, debe gritar por mucho más. Canciones que buscan cambiar leyes específicas, como puede ser “Land of the Free” de The Killers en contra de las políticas migratorias de Trump. Canciones que exponen la corrupcion de las clases gobernantes, el abuso de autoridad y la brutalidad en las represiones como “Algo Personal” de Serrat y Calle 13.

La realidad latinoamericana del siglo pasado nos da mártires de resistencia. En medio de golpes de Estado, dictaduras y represión, surgen figuras como Victor Jara, símbolo de resistencia contra la dictadura chilena. Con canciones como “El derecho de vivir en paz” de Victor Jara y la historia del autor, se nos muestra lo que cuesta salirte de la partitura, del sistema impuesto. Lo que cuesta cantar con libertad. Yo pisaré las calles nuevamente” de Pablo Milanes, nos demuestra no solamente que alzar la voz es importante para el artista, sino que estas canciones pueden tomar vida, reinterpretarse, y, aunque sea tarde, generar cambios como los vistos en Chile este año y el pasado.

En contra de las dictaduras, y los procesos de reconstrucción que vienen después, podemos pensar en el pueblo español. Una de mis favoritas, desde niña, es “Canción de la esperanza” de Victor Manuel. “Muerto el perro no se fue con él la rabia” canta Victor Manuel refiriéndose a la muerte de Franco, y sigue “siempre había soñado que se irían de una vez, nunca había soñado con un rey.” Porque la lucha en contra de las injusticias, los sistemas políticos que no deseamos y los gritos por la paz, la esperanza, siguen con nosotros y, en mi caso, se transmiten desde el siglo pasado a este. Porque seguimos en búsqueda de justicia. Y seguimos teniendo cosas que cantar.

Los regímenes, la música y el control

“Sólo le pido a Dios

Que lo injusto no me sea indiferente

Que no me abofeteen la otra mejilla

Después que una garra me arañó esta suerte”

Sólo le pido a Dios, León Gieco

El derecho, como un sistema para ordenar  a los seres humanos, empezó trasmitiéndose por medio de la música. Con los altos niveles de analfabetismo, lo lírico se vuelve mas valioso que lo escrito para trasmitir la información. Y así, quien controla la música controla las mentes. No es casualidad que a la niñez se le enseña con cantos y juegos, que las canciones transmiten valores sociales. No es casualidad el uso de la música en religiones y otro tipo de sistemas cerrados.

El régimen, y el derecho, toman la música de la época como suya. En esta sinergia entre la sociedad civil y el Estado, en donde las creaciones de uno son utilizadas por el otro, la censura estatal sobre la música se torna un problema real y común. Se intentó prohibir el rock, el metal. Actualmente, en ciertos países, ha habido intentos de prohibir el reggaetón. En uno y otro caso, con argumentos similares: “va en contra de los valores nacionales”. Porque la nota disonante de los géneros que no surgen del poder o de las élites suena como una afrenta al sistema. Este no es un problema nuevo, podemos ver, a lo largo de la historia ejemplos de censura y enaltecimiento de ciertas clases de música.

Como mencioné anteriormente, uno de los casos paradigmáticos en la historia es el caso del Tercer Reich. Alemania es una nación con una importante tradición musical. Entre sus compositores de música clásica más famosos se encuentran Bach, Mozart y Beethoven. El reconocimiento de los músicos alemanes es una fuente de orgullo para este pueblo. En el periodo de entreguerras se empezó a popularizar entre los alemanes la música de vanguardia, la que provenía de las comunidades judías y afroamericanas, el swing y el jazz. Esto significó, para los nazis, la decadencia de la nación. Asi, cuando tuvieron el control del gobierno, vieron la música como la forma perfecta de guiar a las multitudes. El Ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, buscó “purificar” la música alemana, crear canciones que representaran “la verdadera Alemania” y se organizaron diferentes grupos musicales que tocaran en las ceremonias de gobierno. Para Goebbels la propaganda era un arma de guerra y utilizó la música en gran parte de sus campañas.

La relación entre la propaganda política y la música ha sido estudiada. Muñiz establece que la música tiene diferentes funciones específicas en la propaganda política. Algunas de estas son: que hace tangible el poder, elimina la capacidad crítica, consolida las normas sociales, entretiene, transmite el mensaje y cohesiona a los grupos. En este caso, el régimen Nazi utilizó la música clásica alemana como una forma de propaganda y control.

Una vez que los Nazis llegaron al poder prohibieron lo que llamaban “música degenerada” en especial el jazz y el swing. No solamente fue prohibido por venir de Estados Unidos sino por ser música creada por la comunidad afroamericana. Se castigaba a la gente que escuchaba jazz o swing y, por tanto, la juventud empezó a ver en estos géneros musicales una forma de resistencia al nazismo.

Asimismo, desde el interior de los campos de concentración empezaron a surgir canciones como forma de protesta. La más famosa de estas es “Ernst Busch, Die Moorsoldaten” (Canción de los soldados en la turbera). Fue diseñada como una forma de protesta y partituras de la misma fueron distribuidas de manera clandestina a diferentes campos de concentración. Fue escrita por Johannes Esser junto con Wolfgang Langhoff (minero y actor, respectivamente; ambos dentro del campo de concentración por pertenecer al partido comunista). Esta letra, con un final esperanzador “… ya no abrá más soldados sufriendo en el pantano”, es la prueba de que la música es multifacética. Al mismo tiempo que se escuchaba la música clásica como un modo de control, surgían diferentes canciones y géneros musicales en contra del propio régimen que quiere controlar.

El derecho como la música

“We don’t need no education

We don’t need no thought control”

Another Brick in the Wall, Pink Floyd

El derecho, como la música, puede cambiar las formas de pensar. No solamente regula lo “necesario” para el sistema, sino que se pueden generar cambios importantes de pensamiento desde las leyes. Esto aplica también para la música. Surgen estilos de música, como se reconocen derechos, para darle voz a los grupos más olvidados. Surge la música, como una de las categorías principales de la libertad de expresión, para visibilizar abusos. Surgen las canciones para ser cantadas por las multitudes, para ampararse en ellas y pedir un cambio.

El derecho, como la música, cambia con los siglos e intenta ser más justo. Como la música, crea cánones que, gracias al propio derecho (o a la música) pueden ser cambiados por otros mejores o, que al menos, vayan mejor con la época. Como la música, crea una partitura para después intentar salir de los estándares por el mismo medio. Este dinamismo, característica tanto del derecho como de la música, los une. Esta necesidad de cambio, de mejora, este grito por las injusticias, hace parecidas la mejor parte del derecho con lo que es, en mi opinión, la mejor parte de la música.

El derecho y la música se pueden usar para protestar. Protestan en contra de si mismos. El derecho, cambia las leyes que creó e intenta reivindicarse. El derecho, como algo más amplio, como un conjunto de normas, principios y directrices, usa parte de si mismo para protestar en contra de algo más. El uso de los derechos humanos en los litigios o los diferentes litigios hechos por sociedad civil son algunos de los ejemplos de como el derecho, visto como algo mucho más amplio, puede utilizarse para protestar en contra de si mismo. El derecho ha creado mecanismos para que, desde el propio derecho, se intente protestar en su contra. La música, rompe con lo clásico y los modelos de lo que “debe” ser dentro de los cánones. Y, en esta protesta, se reforman dentro de su propio sistema para llegar a ser lo que son: reflejo de una sociedad en conflicto que día a día, verso a verso, busca ser mejor.


Una micro-introducción metalera al constitucionalismo mexicano

biboca/garagem/ favela

fubanga/maloca/bocada

Ratamahatta

Un espejo transdisciplinario

Hay algunas bandas que marcan tu vida para siempre. Para mí, una de las más significativas fue Sepultura. Chaos A.D (1993) abre con Refuse/Resist, una canción de confrontación policiaca, pasa por The Hunt, un cover a una banda inglesa de punk que incita a la venganza privada, y evoca la resistencia indígena en la instrumental Kaiowás. Años después, Chaos sería catalogado como uno de los mejores 30 álbumes de metal según la Rolling Stone, Scott Ian de Anthrax diría que sería la banda sonora del Apocalipsis, y J.J. Anselmi afirmaría que fue el grito de guerra anti-colonial que el thrash siempre necesitó. Después, Sepultura volvió a hacer historia con Roots (1996). Aún recuerdo comprarlo en Hot Rock, una tienda metalera en el centro de Guadalajara. Roots está lleno de colaboraciones que desafían estilos y barreras culturales; con el percusionista afro-brasileño Carlinhos Brown de Salvador Bahía, con el vocalista de la banda de California, de por sí incategorizable, Faith No More, y sobre todo, con miembros del pueblo indígena Xavante. Sin Sepultura no me hubiera familiarizado con el thrash, el black o el death, pero más importante, no habría abierto los ojos más allá de mi mundo de adolescente de clase media.

Pero ¿por qué Sepultura y no Metallica o Slayer? Aunque estas bandas influyeron en el grupo brasileño, sus portadas no se inspiraban en Stephen King, sus letras no aludían a Josef Menguele y pronto abandonaron el satanismo para pasar a abordar problemáticas de sociedades periféricas supuestamente post-dictatoriales, estratificadas, racializadas, marcadas por la brutalidad policiaca y el abuso de poder. En sus guitarras había power chords, riffs muteados,y tapping, pero también acordes de sertanejo y notas de samba. El doble bombo a 180 bpm coexistía con el surdo y el djembe, se escuchaban charangas de juegos del Palmeiras, percusiones tribales y de la diáspora afro-brasileña. Así, cuando en secundaria nos pidieron investigar sobre un personaje que hubiera luchado por la justicia, y mis compañeres hablaban de Martin Luther King o Gandhi, gracias a Sepultura, yo hablaba de los Kaiowás; un pueblo indígena que ha protestado contra el despojo territorial y cultural con el suicidio masivo.  Escuchaba a otras bandas, pero con Sepultura me identificaba.

En esta entrada utilizaré a Sepultura como un espejo transdisciplinario entre la Música y el Derecho. Si entendemos lo musical y lo jurídico en términos más generales como prácticas sociales o como expresiones culturales, hay importantes lecciones que nos da Sepultura para el derecho constitucional mexicano, en particular para su relación conflictiva “Norte/“Sur”.  Esta interacción se manifiesta en cosmopolitismos vacíos a imagen de Harvard que saturan sus bibliotecas con obras de Dworkin, pero no voltean a ver la Ley revolucionaria de mujeres del EZLN. En usos de la otredad indígena en términos de folklorización, extractivismo o de traición pura como la (contra)reforma indígena de 2001. O bien, en parroquialismos esencialistas que celebran al Amparo como una creación mexicana mientras que rechazan sentencias estructurales o remedios creativos a la  Brown v. Board of Education porque van en contra de la “naturaleza” del juicio de garantías, como si hubiera fronteras para las ideas o las culturas jurídicas fueran impermeables. El caso de Sepultura es ilustrativo para las batallas sociales y culturales porque, como sugiere Keith Harris, la banda se volvió paradójicamente más brasileña en la medida que se hizo más internacional.

De Belo Horizonte a Pimentel Barbosa, pasando por Territorios Palestinos y los estudios Rockfield

Los hermanos Cavalera iniciaron Sepultura en Belo Horizonte a base de traducciones modestas. El vocalista, Max Cavalera, tomó el nombre de la banda de una traducción al portugués de Dancing on Your Grave de Motörhead, aunque cantaba en inglés con un acento “exótico” brasileño. Sus primeras canciones prácticamente iniciaron con un diccionario portugués-inglés para escribir letras como: “I can see Satanas” en Bestial Devastation (1985). Sepultura empezó grabando canciones en un género supestamente ajeno y en una lengua que no dominaban, a la sombra de influencias anglosajonas de harcore punk y thrash californiano, sin bateria propia y usando palos de escoba como soportes para los platillos.

Quizás los padres fundadores de Estados Unidos son nuestro Motörhead, y James Madison es Lemmy. Los “Estados Unidos Mexicanos” también iniciaron con traducciones modestas, a veces literales y otras figuradas. La Constitución mexicana de 1824 trasplantó el federalismo y tradujo disposiciones de la estadounidense. Esta constitución trasplantó de EUA el deber de los estados de reconocer a los actos de otras entidades federativas en el hoy artículo 121, y la de 1857 incorporó la supremacía constitucional en el actual 133.

Sin embargo, las inspiraciones anglosajonas mutan en contextos latinoamericanos tan inventivos como desiguales. No tenemos una Corte Suprema, sino una “Suprema Corte”. Si lo que pretende resaltar su nombre es la supremacía del tribunal de Pino Suárez, esto se contradice por la preeminencia del Poder Revisor que revoca las sentencias – como la de la Ley de Seguridad Interior– que incomodan al gobierno en turno. Así como Troops of Doom empezaba con “um, dois, tres, quatro”, las disposiciones e instituciones traducidas interactúan con una cultura jurídica que concibe y organiza a la constitución no como una ley fundamental más, sino como un código reformable o, peor aun, como un programa social clientelista. Los primeros discos de Sepultura eran indiferentes a la causa indígena, al igual que la concepción predominante del constitucionalismo pre-revolucionario los invisibilizaba o, incluso, liberales como José Luis Mora, pedían su asimilación.

Watchers of morality
Controlled by the hierarchy
Machine to society
Falling to conformity

(C.I.U)

Ahora, regresando al mundo musical: Sepultura abandonó las ficciones satanistas para afrontar la cruda realidad brasileña mientras se emancipaba intelectualmente. En Arise (1991), honraron a Motörhead con Orgasmastron, pero además reintrodujeron la protesta como elemento lírico que se había perdido en la transición harcore punk-metal-thrash. En  Dead Embrionic Cells compusieron un puente que te obliga a hacer headbang, al tiempo que daban cuenta de la agonía de nacer sin un futuro. En C.I.U. con letras de Katherine Moses, rechazan la idea del Rule of Law; la Ley no aplica igual para todos pues las autoridades pueden ser criminales con uniforme que se esconden detrás de una placa o una toga para abusar del poder. Con Altered State empezaban a experimentar con percusiones tribales y en Murder lamentaban la normalización de los asesinatos impunes y el hacinamiento penitenciario.

Tanks on the streets
Confronting police
Bleeding the Plebs
Raging crowd
Burning cars
Bloodshed starts
Who’ll be alive?!

(Refuse/Resist)

La protesta, tan local como global, fue la fuerza gravitacional de Chaos. Para este disco subversivo utilizaron los estudios Rockfield en Gales, donde Queen grabó Bohemian Rhapsody. El video de Refuse sincroniza al Tank Man de Tiananmén y con el latido fetal del entonces futuro hijo de Max, mientras sus letras llaman a resistir la violencia estatal, no a provocarla.  El corto de Territory, con imágenes del Mar Muerto y graffitis anti-ocupación, cuestiona la lucha por tierras, una temática tan aplicable al conflicto palestino como a la resistencia indígena en Brasil y el resto del mundo post-neo-colonial. Propaganda confronta el racismo alimentado por los prejuicios y la desinformación.  Manifest rinde tributo a las 111 víctimas de la Masacre de Carandirú, sin dejar de cuestionar la brutalidad de la policía militar de Sao Paulo. Pero todo se calla para el himno instrumental emancipatorio de Kaiowás, que, sin recurrir a letras, denuncia la industrialización del Amazonas, el robo de futuro a los jóvenes indígenas del estado de Mato Grosso, y la promesa incumplida del artículo 231 de la Constitución Brasileña del respeto a los derechos originarios de las tierras tradicionales.

¿Cómo refleja el espejo transdisciplinario la hegemonía jurídica y cultural del Norte en México? ¿El Derecho ha sido servil a las fuerzas políticas o ha sido un mecanismo de transformación social? ¿Cómo se han relacionado las autoridades con los pueblos originarios? Con todas sus deficiencias, el Amparo no puede ser reducido a la influencia del judicial review, de La Democracia en América de Tocqueville, o al derecho medieval aragonés. El Constituyente de Querétaro aportó la primera constitución social del mundo, antes que Weimar o los soviets de Rusia. Al mismo tiempo, excluyó a todas las mujeres y diseñó un sistema presidencial que daría continuidad a un autoritarismo que permanece vigente. La constitución visibilizaba desigualdades de clase en los artículos 3, 27 y 123, pero apenas murmuraba la palabra “tribu”, ignorando temas étnicos y la existencia de un “México Profundo”. El constitucionalismo liberal se imaginaba hombre, y clasemediero, el social reconocía en papel las desigualdades, pero se concebía mestizo e hispanoparlante a final de cuentas.  

Sin abandonar la protesta política, el tribalismo y el sincretismo cultural permeó todo el disco de Roots.  Roots Bloody Roots, la canción de apertura resumía el esfuerzo por romper fronteras musicales al tiempo de reconectarse con su “brasilianidad”; Attitude abría con un intro de birimbao, un instrumento que llegó a tierras americanas a través de la capoeira y como consecuencia del esclavismo. Ratamahatta, el último sencillo, es una palabra inventada formada por Rata y Mahatma (Ghandi y una plaza de Rio de Janiero) o Manhattan, en posible alusión al distrito neoyorquino que Carlinhos Brown exploró como taxista.  La canción es una mezcla de Poesía de Rua, latin-metal (¿?) y música popular brasileña, con vocales de Brown y Cavalera y un prefacio musical de los Xavantes. Con los Xavantes también trabajaron en Itsári (“Raíces” en a’uwẽ), la secuela de Kaiowás que grabaron con ellos en la aldea Pimentel Barbosa.

Pero, a todo esto, ¿qué es el tribalismo? Lo que sea que signifique, ¿será que Sepultura terminó exotizando a los Xavantes para el mercado del Norte? No queda claro hasta qué punto fue una asociación orgánica entre pares y no una selección prefabricada con fines comerciales o por el simple placer de sonar avant-garde con lo “indígena”. Hay frases en la biografía de Max que pueden interpretarse en un sentido poco igualitario, p. ej. que Sepultura quería la “full-indian experience”. Con todo, hay indicios de que fue un acuerdo honesto y relativamente equilibrado. Aunque al principio querían trabajar con los Kayapó, sus contactos musicales los llevaron a trabajar con los Xavantes, también políticamente activos, pero menos radicales. Sepultura pagó por la colaboración, reconoció el derecho perpetuo de los Xavantes a recibir regalías y aceptó que, si en cualquier momento la comunidad se sentía incomoda, se cancelaba el proyecto. Años más tarde, seguirían en contacto con cartas y tocarían juntos en São Paulo.

Una lectura, quizás sesgada por mis gustos musicales, es que no fue una extracción antropológica sino una alianza contra-hegemónica. Una alianza, por un lado, entre quienes se niegan a ser, lo que Rivera Cusicanqui llama “indios permitidos”, los Xavantes políticamente incorrectos que resisten ser piezas de folclor y confrontan al gobierno, agroindustrias y mineras por la extracción de sus tierras. Y, por otro, Sepultura, quienes también denuncian a las autoridades estales y se niegan a ser los “músicos permitidos”. Quienes cuestionan tanto la exclusión de la subcultura metalera de la sociedad dominante, como los estándares puristas de algunos sectores del metal anglosajón.

Ahora, ¿qué se puede decir de la relación actual de las autoridades mexicanas con lo “tribal”? La situación no ha cambiado demasiado desde 1917. Cuando Felipe Calderón era diputado federal, rechazó que integrantes del EZLN usaran la Tribuna del Congreso de la Unión, aunque como presidente aplaudiría la causa indígena. AMLO no pidió permiso para usar el principio zapatista de “mandar obedeciendo” en su Plan Nacional de Desarrollo, mucho menos pagó regalías, aunque no las aceptarían. Sin permiso de las comunidades, mal-llamó a un megaproyecto como “Maya”, y se negó a aceptar que la consulta previa no respetó los estándares de la ONU.  La Suprema Corte no vio lo que para los Xavantes en Mato Grosso o Nahuas en Puebla es evidente: que la minería y los interés indígenas están estrechamente relacionados. Así, la Corte les negó un amparo en que reclamaban la falta de consulta en el proceso legislativo de la ley minera. En las elecciones de 2018, el INE desarrolló una app para precandidaturas monolingüe que requería un Smartphone y ser usuario de Google o Facebook, un mecanismo que tuvo más en mente a los desarrolladores del Silicon Valley que al México rural. El Tribunal electoral negó que la medida discriminara a “no-digitales”. Así, el constitucionalismo mexicano sigue en batallas internas y transnacionales entre imitar al Norte, mercantilizar lo indígena, y lograr un verdadero pluralismo.

Sepultura y “el abogado permitido”

La mayor lección que nos brinda Sepultura es la protesta contra la homogeneización. No se debe estandarizar el metal según las preconcepciones simplistas, pero tampoco se deben rechazar influencias “extranjeras”. Hay que oponerse a la uniformidad de estilos de vida para el beneficio de empresas transnacionales, pero hay que estrechar lazos entre los Méxicos, Brasiles y Estados Unidos urbanos y profundos. La amistad, como la música, no admite límites territoriales, pero tampoco se deben ignorar los distintos procesos políticos, económicos y culturales que nos impactan de manera diferenciada. 

Sepultura luchó contra esta homogeneización generando grietas internas a la práctica social. Con cadencia belo-horizontina gritaron canciones de protesta al lado de bandas que se caracterizaban por su conservadurismo político, o que incluso coquetean con el supremacismo. Con alianzas sonoras entre excluidos introdujeron instrumentos del África subsahariana y ritmos de las amazonas en un género purista que se jacta de tener decenas de sub-géneros claramente distinguibles. Con grietas reconstruyeron su entendimiento de lo musical mientras se hicieron camino por el mundo anglo/caucásico del metal.  

La enseñanza transdisciplinaria más importante de este abordaje de Metal y Derecho es la posibilidad de agrietar el estereotipo del “abogado permitido”. La profesión de jurista no se reduce a usar traje, citar a juristas de Massachusetts, llamarse mutuamente “lics”, y redactar cláusulas supuestamente neutras en medio de una sociedad desigual. Ser abogadoae es cuestionar a colegas y autoridades, es oponerse al neo-feudalismo mexicano, es ser parte de muchas subculturas, incluidas las jurídicas, que nos definen y co-definimos. Así, con acento tapatío, mal-pronuncio mi parte favorita de Laws Empire para cuestionar el racismo vigente, introduzco himnos metaleros en el catálogo de fuentes jurídicas válidas, y espero generar alianzas para repensar el oficio del jurista. Tal y como a algunos nos emociona escuchar canciones como Kaiowás o Ratamahatta, en una sociedad pluralista, diversa y contradictoria nos debe ilusionar el reto de materializar el 39 constitucional: “Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste.”

¿Por qué música de protesta?

¡Qué espanto causa el rostro del fascismo! Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada. La sangre para ellos son medallas. La matanza es acto de heroísmo.

Victor Jara

No hace mucho tiempo, cuando el espectro del fascismo dominaba América Latina en forma de dictaduras militares, uno de los iconos más grandes de la canción protesta latinoamericana, Víctor Jara, fue torturado por un oficial apodado “El Príncipe”, quien le cortó las manos y la lengua antes de matarlo a 44 balazos aquel 16 de septiembre de 1973 en el Estado de Chile. Su único crimen fue el canto.

Curioso que en pleno 2021, se haya condenado al rapero catalán, Pablo Hasél, a pasar 9 meses en prisión por el mismo crimen, aunque tipificado como “exaltación al terrorismo” e “injurias a la Corona”, entre tanto el rey emérito anda impune en Arabia Saudita disfrutando de los millones que recibió por actos de corrupción. Pablo Hasél ahora igual que Jara es víctima de la misma figura, esto es, la del Príncipe y los monarcas.

¿Quiénes son los jueces que interpretan qué ha de entenderse por libertad de expresión? En España se creía que, con la muerte de Franco y la amnistía a los culpables, la democracia y los derechos humanos habían triunfado. Sin embargo, el encarcelamiento de Pablo Hasél cuestiona esta fantasía y pone de manifiesto que quienes ocupan los puestos de poder siguen siendo los mismos que con Franco: los fascistas amantes de la monarquía.

Todo esto mientras la División Azul insulta a la comunidad judía en una manifestación en honor a los soldados que murieron combatiendo junto a Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Hasta ahora no ha habido detenidos por “exaltación al terrorismo” aunque sin reservas llamaron a los judíos “el culpable” de que tanto España como Europa sean ahora débiles.

Las libertades abstractas no existen y los poderes judiciales neutrales y apolíticos tampoco. Los jueces que resolvieron sobre la libertad de Hasél, consideraron que las rimas del rapero catalán podían ser consideradas como “discurso de odio” que “inquietan a un sector de la población”. Sin embargo, omitieron mencionar que ese sector de la población es nada más y nada menos que la monarquía, a quienes no les gusta su papel antidemocrático como jefes de Estado sea cuestionado.

¿Qué clase de democracia es aquella que mantiene a toda una familia que no ganó elección alguna por el resto de sus vidas a costa del erario? La monarquía española se sostiene sobre la nada y necesita de castigos públicos y ejemplares que sirvan de ejemplo para quienes ostenten ideas republicanas como en el más antiguo derecho inquisitorial, protegiendo así su frágil legitimidad.

No condenaron a Hasél, condenaron unas ideas, una militancia republicana y antifascista. Condenan a unos pocos para asustarnos a todos. Va más allá de los delitos de opinión, nos condenan por contar lo que hacen, por decir verdades”.  No es casual que quienes siempre se sienten en el banquillo de los acusados a ser juzgados y procesados por transgredir los límites al derecho de “la libertad de expresión” son los antifascistas.

Ha llegado el momento de superar el Estado de clase que defiende a los opresores sobre los oprimidos, a pesar de ser siempre ellos quienes incitan a la violencia, no a través de palabras o “discursos de odio”, sino a través de acciones y políticas concretas dirigidas directamente en contra de los trabajadores para defender los intereses de los monarcas, los dictadores como Franco y sus benefactores, los grandes empresarios. Tres figuras antidemocráticas que controlan cada aspecto de nuestras vidas y quienes necesitan de los poderes de gobierno para judicializar sus intereses para traer orden a la explotación.

Con esto en mente, tanto para Jara como para Hasél, la lucha por la libertad de expresión es más que una lucha jurídica ante tribunales, es una lucha de clases y, como tal, es violenta. Hasél sabe, como saben muchos y muchas hoy día, que para alcanzar la democracia real y no la ficción que se vive en España y en el resto del mundo, se tiene que estar dispuesto a entregar la libertad y la vida de ser necesario. La lucha real, “no espera que los derechos caigan del cielo y siempre despierta sueña, sabiendo que sin acción se burlan del pueblo. La que sabe que el problema se llama capitalismo y lo combate a diario”.

Dedico esta introducción a quienes por defender los ideales anticapitalistas y antifascistas dieron su vida en sacrificio. Antes Jara, hoy Hásel, mañana podríamos ser tú o yo. Por ello, hoy grito abiertamente: ¡viva la República y muerte al capitalismo! ¡Sin reyes, ni amos!

La mej… más versátil canción de la historia

“I’m a reasonable man. Get off my case”. O mejor, “I’m a reasonable man: get off my case”. ¿Cuál es la mejor canción de la historia? -se pregunta.

Y, claro, no puedo sino intentar contestar cuál me parece la mejor canción de la historia. Pero eso no le quita a la pregunta una pretensión de objetividad. Se me pide que descubra la mejor canción, que la señale. Y, desde luego, uno puede querer discutir esa pregunta, impugnarla. Decir que no hay tal cosa como la mejor, una, ahí fuera, esperando que la nombre. Estaría dispuesto a discutir la pregunta, pero hacerlo seriamente requeriría tiempo y fuerza de voluntad. Dos cosas de las que ahora carezco.

Sí puedo decir, ahora, sin tiempo y sin fuerza de voluntad, que seguro que no cualquier canción puede ser la mejor. “Arroz con leche” no lo es. El himno gringo no lo es. “Like a Virgin”, de Madonna, no lo es. “Bahía Blanca”, de Los Visconti (y con lo mucho que me enternece), no lo es. Y sí puedo decir que, quizás, hay muchas ahí, parejas y por diversas razones, que son las mejores. Oh, estoy escribiendo en el contexto de un taller de derecho y música. “As your life flashed before your eyes”. ¿Derecho? Pienso en cómo tantos filósofos han reflexionado acerca de la norma última (o primera) de todo ordenamiento jurídico. Como una, única. La norma. Esa. Ahí está Kelsen con su norma fundante básica. Hart con su regla de reconocimiento. Ross con su ideología dominante (la ideología dominante). Y quizás en eso estén algo desencaminados. Quizás tengan razón otros, que dicen que son varias, parejitas. Una base normativa que es axiomática, sostendrían, por ejemplo, Alchourrón y Bulygin. El art. 1060 del Código Civil de Veracruz dice que “El que por sucesión adquiere el usufructo universal, está obligado a pagar por entero el legado de renta vitalicia o pensión de alimentos”. Seguro que la norma allí expresada no es la piedra de toque del ordenamiento jurídico mexicano. ¿Pero cuál es la regla-piedra de toque del ordenamiento? ¿Es realmente una?

No creo que las de recién sean preguntas inútiles, pero intentar responderlas seriamente requiere tiempo y fuerza de voluntad. Habría que discurrir y discutir. Y bueno, ustedes ya saben…

“And you realize you’re looking… looking in the wrong place”. Buscando en el lugar equivocado. ¿Qué pregunta sí puedo responder? Va mi opción: ¿qué canción te viene bien (a vos, Pablo) para escuchar en cualquier situación? ¿Qué canción podés escuchar alegre o triste; eufórico o bajón; de mañana, tarde o noche; solo o en compañía? Puedo responderla porque llevo años pensándola, haciendo el correspondiente prueba-y-error.

“Packt Like Sardines in a Crushd Tin Box”, de Radiohead. Me gusta mucho Radiohead, sí. No es una de mis bandas favoritas, no. En general, muchas cosas vendrían antes.

La música es expresión, es emoción. Es corazón. Transmite. Comunica. Se dicen, decimos, todas estas cosas. “Packt…” me parece tan flexible, tan para cada momento (y también me gusta tanto), porque cala en mí bien por fuera de esos lugares comunes, tan míos como de tantas de nosotras. ¿Por fuera? Es que se trata de la neutralidad hecha canción. No me transmite nada, ni lírica ni sonoramente. Pero me pide que transmita yo. Que me vuelva canción. Que mueva la cabeza a los lados o que la baje. Que baile o que me desplome por ahí. O que me quede impávido. Quizás, a veces, me pide que sea razonable. Ni muy-muy, ni tan-tan. Cada tanto, no viene mal. Get off my case. Pero tiene éxito conmigo, lo logra… Ya lo estoy queriendo. Ya me estoy volviendo canción. Barro, tal vez.

La mejor canción de la historia es There Was Magic Then… de The Gentle Waves

He siempre querido una canción como “There was magic Then…” de Isobell Campbell debajo del nombre The Gentle Waves lo supe desde la primera vez que la escuché hace más de veinte años y todo empezó y continuó con su primera línea misteriosa verdad en la canción como en mi pecho antes y ahora “When I was a girl” en la voz y la melodía de las fábulas que unxs piensan triste y yo no pienso nada siento y escucho y aprendo como se hacen mundos a empezar por nosotrxs sí porque siempre le creí a Isobell digo a su voz y sus instrumentos strings drums and all también yo he sido y soy una chica también he soñado y también he vivido y prediqué que “The world was grand with many precious things” y entendí sin cerebro pero con el gusto de la saliva que se formaba en mi boca con esa primera frase that it is all about first sentences un modelo de educación  para unx hacedxr sufridxr tanto como seductxr de mundos what about the music brother that I confess it is between You and Me

¿Cuál es la mejor canción de la historia?

They say that death kills you, but death doesn’t kill you.

Boredom and indifference kill you.

Iggy Pop

Con esta opaca pregunta inauguramos el taller de escritura y lectura Derecho y Música. Las respuestas de les integrantes desafían sutilmente la inteligibilidad misma de la pregunta, dan una prueba de contundencia y honestidad, y nos abrazan con la esperanza tan necesaria para este encierro. Esperamos que disfruten estas entradas que anteceden entregas quincenales, que abordarán la relación entre lo jurídico y lo musical.

La mejor canción de la historia es Robbers de 1975

“La mejor canción de la historia” es un término subjetivo. Existen tantas canciones que  han pasado a la historia que el afirmar que una es la mejor resulta inapropiado. Pero,  pensando un poco más allá, puedo decir que existe una fórmula para descubrir cuál es la mejor  canción de la historia.  

 La mejor canción de la historia es aquella que hace sentir a quien la escucha; sin importar  si el sentimiento es de tristeza o felicidad. Porque esa es la finalidad de la música:  llevarnos hacia emociones fuertes y transportarnos a lugares que se encuentran en  nuestra memoria o imaginación.  

Cualquier canción que sea capaz de llevarnos de nuevo a aquel día, aquel lugar, aquella  persona;  es la mejor canción de la historia.  

Existen tantas “mejores canciones de la historia” como existen personas. En mi  caso, la mejor canción de la historia es Robbers de 1975. Esa canción consigue moverme por  dentro; hace que me vuelva a sentir yo: y por eso, es la mejor canción de la historia para mí.

La mejor canción de la historia es Sympathy For The Devil de The Rolling Stones

Que pregunta más injusta. Debo contestarla, aunque no exista respuesta. Creo que es una de las preguntas más difíciles que me han hecho. Me parece imposible pensar que la estética, la música o el arte puedan ser calificados en una escala de ese estilo, una que nos pueda arrojar una respuesta única. En realidad, ni siquiera creo que un individuo pueda tener una sola canción favorita. Depende del contexto, lo que quiera escuchar y lo que le trasmita. No puedo decir cuál es mi canción favorita ¿cómo decidir cuál es la mejor de la historia? Ni siquiera soy una experta en el tema. No solamente no conozco canciones de muchas regiones y siglos; no conozco las canciones que crea una madre para arrullar a su hija; los sonetos inventados por los niños, ni las improvisaciones hechas por una estudiante mientras estudia. La música cuenta historias; nos hace sentir, soñar, entendernos. 

La música cuenta historias. La música nos hace sentir, llorar, soñar y relacionarnos. Creo firmemente que la música nos hace humanos. Hace poco, mi abuela me contó que una antropóloga dijo que, para ella, la humanidad empezó cuando curamos el primer hueso. Para mi, la humanidad empezó cuando alguien chifló o hizo sonar dos huesos y otra persona decidió ponerle letra. Por esto, mi primera respuesta sería que la mejor canción del mundo es la primera. El silbido con ritmo y una letra improvisada. Esa que nos hizo bailar como humanidad, esa tonada que no conozco. Pero, como creo que quieren que conteste con una canción que conozco, mi segunda respuesta es Sympathy for the Devil de los Rolling Stones. 

La música nos mueve, nos representa; no se entiende sin su contexto. La técnica, las notas y los acordes por si solos no son nada. Es necesario un intérprete y alguien dispuesto a escuchar. Alguien a quien transmitirle algo. Alguien que quiera sentir, que quiera ser humano. Por eso, elegí esta canción. Que no se entiende sin una historia, sin su época, sin occidente. La canción narra diferentes hechos históricos y hace énfasis en el lado mas “oscuro” de los seres humanos.  Acompañada por música ejemplar; representa lo que busco en las canciones. Que trasmitan. Que griten por injusticias, o por amor, que nos hagan entender lo que no podemos expresar. Que nos haga humanos. 

A Funk Odyssey: La mejor canción de la historia es Cosmic Girl de Jamiroquai

Me preguntaron cuál era la “mejor canción de la historia”. Para bien o para mal, hay pocas cosas que me atrevo a afirmar de forma absoluta en relación a la música. Una de ellas es que Jamiroquai es una de las mejores bandas de funk de la historia y la otra es que su canción Cosmic Girl es la mejor canción de mi historia.

De chico no puedo decir que haya tenido gustos específicos en relación a la música. A pesar de que dedicaba tiempo en mis semanas para aprender un instrumento, me limitaba a escuchar lo que estuviera puesto en la radio sin prestar verdadera atención a nada. Puedo decir que la primera vez que comencé a prestar atención a lo que escuchaba fue cuando escuché el álbum American Idiot de Green Day, y por eso siempre estaré agradecido con ellos. Sin embargo, esto me llevó a una etapa de mi vida en la que estaba convencido de que el único género que valía la pena escuchar era el rock y sus derivados.

Fuera del rock, lo otro que puedo decir que me gustaba desde chico era la temática Sci-Fi. Recuerdo que mi aprecio por esa temática nació el día que vi en la televisión los comerciales para los videos musicales de Interstella 5555 de Daft Punk. Aunque debo aclarar que en ese entonces creía que eran comerciales para alguna caricatura nueva y no era consciente de que estaba presenciando el magnum opus de uno de los dúos más representativos del french house.

No fue hasta que escuché por primera vez Cosmic Girl que se consolidó mi amor por el Sci-Fi y mi visión musical logró cruzar la exósfera, dejando mis días obsesionado con el rock algunos pársecs atrás. Desde el primer segundo de la canción, el sintetizador y cuerdas te preparan para un salto al hiperespacio y el resto de la banda a su entrada te aseguran que será un vuelo sin turbulencia. No sólo fui confrontado por un estilo musical que jamás imaginé escuchar sino que la letra estaba repleta de alusiones a la temática Sci-Fi que inmediatamente llamaron mi atención.

Cosmic Girl es la mejor canción de mi historia porque fue mi “ticket de entrada” a una serie de sonidos que cambiaron mi cosmovisión musical para siempre. Es una canción con un empuje constante, una mezcla difícilmente comparable de jazz, funk, soul y disco interpretada con el groove inigualable que caracteriza a Jay Kay (vocalista de Jamiroquai).

Cosmic Girl es un ejemplo perfecto de lo bien que puede sonar una canción cuando cada aspecto de esta es pulido e interpretado por maestros en su instrumento. Una línea de bajo sobresaliente y envidiable que no opaca al resto del grupo, un rasgueo de guitarra inmaculado que sin mucho esfuerzo se hace presente, y un arreglo de coros, cuerdas y sintetizadores que cobijan elegantemente a la voz. No hace falta nada y nada sobrepasa su bienvenida.

La mejor canción de la historia es Strange Fruit de Billie Holiday

Paul Sargent comes by again in an umpire´s suit & some college kid who´s read all about Nietzsche comes by & says ‘Nietzsche never wore an umpire suit’ & Paul says ‘You wanna buy some clothes, kid?’

Bob Dylan, notas de álbum de Highway 61 Revisited

Esta pregunta ha perseguido mis pesadillas por mucho tiempo. Yo siempre he pensado que escoger una “mejor canción” es como a escoger un “mejor hijo”. No hay respuesta que posiblemente tenga sentido. Desgraciadamente, tendremos que ir en contra de las enseñanzas de Wittgenstein y romper el silencio sobre aquello que no debe ser hablado. 

Strange Fruit (Holliday). Un alma atormentada por el cambio, el sufrimiento y la esclavitud. Billie Holliday sufrió en su vida. Esta canción, un poema originalmente, refleja la injusticia; la miseria; el Dolor. Una verdadera expresión estética que refleja un acto vil e inhumano. ¿Extraña fruta? Sembrada por los Estados Unidos y cosechada por sus maestros blancos. La podredumbre del fruto sufrido, fotografiado por el vencedor y opresor. 

El reflejo del evento que inspiró este poema se vuelve cegador. Pero, la luz que lo generó ha logrado segar (para siempre) miles de miradas. Esta canción fue la primera que logró hacerme sollozar. Fue un regreso a algo visceral, infantil, destructivo y doloroso. Yo afirmo que no hay tal cosa como una mejor canción en la historia. Sencillamente, esta es la que más me ha hecho sentir.