¿Qué viene después de la oscuridad? La música y el poder curativo de las palabras

“Tienes que aceptar el acuerdo o le diré a todos lo que realmente eres”. Esas palabras retumbarán en mi cabeza el resto de mi vida, pero, con cada día que pasa, duelen menos. Las palabras tienen el poder mágico de crear universos, de matizar la realidad, de mostrar perspectivas que no creímos que existían… y de hacerte creer que eres alguien que no eres.

Desde que tengo uso de razón, la música ha sido parte de mi vida: canciones de cuna salidas de un disco de Pink Floyd, tardes de viernes con The Velvet Underground, mañanas de domingo con funk, salidas a escuchar música popular, el coro del colegio de monjas, los ensayos de la banda de covers de The Cure, el bajo, componer, escuchar, crear, compartir. La música y yo creamos en lenguaje personal con el que podía entender el mundo desde una visión caleidoscópica. La música siempre ha estado ahí, junto a mí. ¿Qué pasa cuando el mundo parece colapsar sobre tus hombros y no entiendes el porqué? Siempre hay una línea que te ayuda a entender. ¿Y cuando te enamoras por primera vez? Hay un acorde que acompaña esos besos temerosos. ¿Esas vacaciones que compartiste con tus mejores amigues? Hay un coro que les recordará esos días. La música, con sus palabras y sus notas, es un lenguaje universal.

Como todos los adolescentes, hay un momento en tu vida en el que no te sientes parte de nada e intentas buscar tu propio camino. Lo dicen los manuales para mamás y papás. Te lo dice la consejera de la secundaria o de la preparatoria en la charla anual. Y, a pesar de la información, siempre pensamos que estamos soles en este proceso. De nueva cuenta, la música nos permite saber que hay alguien allá afuera que está pasando lo mismo que nosotres y, créanlo o no, ése es el mejor consuelo. Y a veces, sólo a veces, la música cede la palabra a un alma bondadosa que nos mostrará una realidad que no queríamos o no podíamos ver.

Conocí a Fiona Apple con su primer disco, Tidal, específicamente con el sencillo “Criminal”. El video fue dirigido por el polémico director Mark Romanek, quien es conocido por dirigir “Closer” y “The Perfect Drug”, de Nine Inch Nails, “Bedtime Story”, de Madonna, “99 Problems”, de Jay-Z, “Shake It Off”, de Taylor Swift, o la perturbadora versión de Johnny Cash a “Hurt”, original de NIN. En esos cuatro minutos, se muestra a una Fiona casi esquelética, frágil, mirando fijamente a una cámara intimista que merodea en la cotidianidad de un grupo de adolescentes. La mirada de Fiona me desconcertó y empecé a escuchar sus letras con más cuidado: “Don’t you tell me to deny it. I’ve done wrong and I wanna suffer for my sins. I’ve come to you cause I need guidance to be true and I just don’t know where I can begin”. Cuando pasaste muchos años en un colegio religioso muy tradicional, el concepto de “pecado” no te es ajeno, y muchas veces distorsiona la comprensión de la realidad. Para una adolescente como yo, las letras de Tidal fueron un espejo que llegó casualmente, como si la vida fuera dejándome pistas azarososas para que entendiera qué había detrás de esa forma tan particular de ver el mundo. “Criminal” dejó una huella profunda en mi inconsiente, sobre todo por unas líneas contundentes: “What I need is a good defense ‘cause I’m feelin’ like a criminal, and I need to be redeemed to the one I’ve sinned against, because he’s all I ever knew of love”. ¿Cómo puedes defenderte de un pasado que desconoces? ¿Cómo puedes redimirte de un pecado del que no eras responsable?

            Mi canción favorita de Tidal es “Sullen Girl”, y es quizás una de las composiciones más personales de Fiona, como se puede inferir desde la primera línea: “Days like this, I don’ t know what to do with myself”. Conforme avanza el piano, la voz de Fiona se va quebrando y transparenta verdades que, hasta ese momento, no habían podido salir: “Is that why they call me a sullen girl, sullen girl? They don’t know I used to sail the deep and tranquil seas, but he washed me ashore and he took my pearl, and left an empty shell of me”. Por medio de las metáforas, la cantautora confiesa un hecho que marcó su vida, y que poco tiempo después confirmaría: la violación que sufrió a los doce años. Para una adolescente como yo, era la primera vez que escuchaba a una sobreviviente de violación hablar del tema, y fue el primer contacto que tuve con mi reconocimiento personal, y que tardaría varios años en nombrar.

            Sí: las palabras crean universos, pero también nos ayudan a nombrar la realidad. La palabra, el nombre, ayuda a comprender, a no olvidar. Cuando somos niñes, siempre preguntamos “¿qué es esto?”, “¿cómo se llama?” porque es la forma que tenemos para conocer el mundo. La palabra define una realidad, el nombre materializa las ideas, el concepto concreta una abstracción. Nombrar es la forma en la que nos apropiamos de las cosas, es el modo en que empezamos a enfrentar nuestros miedos. “Sullen Girl” fue el inicio del proceso que me llevó a recordar, a reconocer que yo también había sufrido abuso cuando era pequeña. Ponerle nombre a ese vacío, me quitó un peso de encima, pero saber que no era un pecado, sino un delito, me dio una paz que nunca pensé tener. Es aquí cuando las palabras tienen un significado más fuerte.

Las leyes son mecanismos que ayudan a regular nuestras acciones dentro de una sociedad, pero, como sabemos, las denuncias por este tipo de delitos terminan revictimizando a las víctimas una y otra vez. Desafortunamente, hablar de estos temas tampoco es frecuente, y muchas veces pensamos que es mejor callar y dejar que el tiempo cure las heridas; sin embargo, el tiempo también evidencia los errores que cometemos, los prejuicios que cargamos y la negatividad con la que hemos juzgado a nuestra propia persona. Y, de nuevo, las palabras, en esta ocasión, las leyes, nos ayudan a enfocar al verdadero enemigo: la falta de empatía, tanto de las autoridades, como de la sociedad. Las leyes, por sí mismas, no son contructos que surgen de forma espontánea; desafortunadamente, la experiencia es la que nos permite crear nuevas propuestas que nos ayuden a prevenir delitos. Hablar de estos temas, nos permite visibilizarlos; nombrarlos, nos ayuda a entenderlos. Así como la música es un lenguaje universal que, sin importar la lengua, contribuye a estrechar lazos por medio de esos acordes, levantar la voz, denunciar, es la forma de comunicarnos con otras personas que han vivido lo mismo que nosotres y, así, demostrar que, después de todo, el pasado nunca nos definirá.

Gracias a todos los testimonios que he leído en las redes sociales debido al #MeToo y a los juicios que se han logrado, gracias a todas las historias que me han contado en confianza en estos años, gracias a la empatía de muchas mujeres, principalmente, las palabras “le diré a todos lo que realmente eres” ya no tienen efecto en mí porque sé que soy libre de un hecho que, al nombrarlo, pasó a ser un recuerdo, no una realidad. Nosotres decidimos cuándo es el momento de aceptar, de reconocer, de hablar o de no hacerlo, de denunciar o no, pero lo que debemos recordar es que nosotres decidimos quiénes somos en nuestro presente y en nuestro futuro. Y sí: Tidal sigue siendo uno de mis discos favoritos, Fiona Apple es una de mis artistas consentidas (dense la oportunidad de escuchar su último álbum y díganme si no ayuda a mitigar el mood pandémico), sus letras continúan siendo honestas y poéticas, pero el dolor se ha ido, la niña creció y ahora es más fuerte: “as the darkness turns into the dawn the child is gone”.

La nota disonante

Words on loose-leaf sheet complete coming

I jump in my mind and summon the rhyme I’m dumping

Healing the blind, I promise to let the sun in

Sick of the dark ways we march to the drumming

Hands Held High, Linkin Park


La música es una de las cosas más bonitas que hemos creado como humanidad. Puede ser, en mi opinión, nuestra mejor forma de trascender. Es nuestra forma de gritarle a lo bello, al amor. Pero también puede ser – como ha sido – un modo de control. Y, como es tan maravillosa, puede ser una de las mejores formas de salir de ese control. La música, y su historia, se liga con la historia de la humanidad; con la historia de las injusticias, con la historia de amor y de cambio. La música es nuestro reflejo.

Como el derecho, la música se fue institucionalizando hasta llegar a lo que tenemos ahora: notas escritas en un pentagrama, el “do, re, mi”, el cálculo matemático para hacerla “perfecta” o “de élite”. Asi como el derecho surge para ordenar las conductas humanas, para que vayamos en armonía; la profesionalización de la música puede cumplir con el mismo rol. La humanidad puede bailar al mismo ritmo; y ese ritmo hace que también pueda marchar hacia el campo de batalla. La música puede ser utilizada por el gobierno para generar identidad nacional; o puede generarla realmente.

Ejemplos de dictadores que han utilizado la música para enaltecerse o como medio de control hay muchos. Tal vez, uno de los ejemplos más famosos es el papel que jugó la música en el Tercer Reich. La idea de que Alemania estaba en decadencia gracias a la creciente popularidad de géneros como el jazz fue muy importante para la filosofía del régimen. Al mismo tiempo, la música alemana clásica fue subida a un pedestal nacionalista y fue utilizada como forma de influenciar a las multitudes.

Aun así, la música es reflejo de nuestra humanidad, y como no somos tan simples ni tan fáciles de controlar, ante las diferentes formas de intento de control, surgen reacciones, notas disonantes. Surgen personas que, por medio de la música y resistiendo a la censura, intentan alzar la voz. Surge un pueblo con canciones de antaño, o creadas para el momento, cantando al unísono en contra de la partitura impuesta. Y surgen nuevos géneros, expresiones de los grupos oprimidos que toman fuerza y se revelan en contra de lo establecido. Que, así como se buscan cambiar las leyes para que sean inclusivas, buscan cambiar los cánones musicales para y ser escuchados. En este texto ahondaremos en el poder que tiene la música como método de control y, a su vez, como la forma principal de reacción y resistencia.

La protesta, el cambio y la música

“Como quisiera ver que el artista
Está buscando la manera
De hablar de todo
Lo que se ha vuelto importante y aun así
Nunca es bastante
Aún nos falta, y vaya si nos falta, tanto a que cantar…”

Carta a Francia, Fernando Delgadillo

La trova cubana, el rap, les cantautores latines, las protestas del 68, les cantantes africanes, los diferentes grupos sociales. Las feministas, el movimiento LGTB+, migrantes, desplazados, quienes buscan su voz. El reggaetón como un género disruptivo. El trap. El blues, el jazz, el rap. Así como el rock en su época, los grupos sociales se movilizan y se identifican con géneros musicales específicos, porque son de su creación, porque surgen de su historia, de su lucha.

La música grita por injusticias. Desde canciones de las mujeres como Un violador en tu camino” de las Tesis o “Canción sin miedo” de Vivir Quintana, los movimientos feministas de America Latina han resaltado por sus intepretaciones protestando en contra de las leyes, las injusticias y el estado que guardan las cosas. Protestando en contra del machismo institucionalizado. Canciones que te calan hasta los huesos. Canciones que piden cambios a las leyes machistas, reformas a los poderes estatales y que se paren las injusticias. Canciones que gritan por sus muertas.

La música grita por injusticias. Desde canciones de la comunidad afroamericana en Estados Unidos como Fuck da Police” de N.W.A., “Across the lines” de Tracy Chapman o “Hurricane” de Bob Dylan, se expone la brutalidad policial en contra de la comunidad. Se pide un cambio en el derecho y las instituciones que sistemáticamente discriminan a la población. Visibilizan un problema. Crean comunidad.

La música grita por injusticias. Y puede gritar, y, en mi opinión, debe gritar por mucho más. Canciones que buscan cambiar leyes específicas, como puede ser “Land of the Free” de The Killers en contra de las políticas migratorias de Trump. Canciones que exponen la corrupcion de las clases gobernantes, el abuso de autoridad y la brutalidad en las represiones como “Algo Personal” de Serrat y Calle 13.

La realidad latinoamericana del siglo pasado nos da mártires de resistencia. En medio de golpes de Estado, dictaduras y represión, surgen figuras como Victor Jara, símbolo de resistencia contra la dictadura chilena. Con canciones como “El derecho de vivir en paz” de Victor Jara y la historia del autor, se nos muestra lo que cuesta salirte de la partitura, del sistema impuesto. Lo que cuesta cantar con libertad. Yo pisaré las calles nuevamente” de Pablo Milanes, nos demuestra no solamente que alzar la voz es importante para el artista, sino que estas canciones pueden tomar vida, reinterpretarse, y, aunque sea tarde, generar cambios como los vistos en Chile este año y el pasado.

En contra de las dictaduras, y los procesos de reconstrucción que vienen después, podemos pensar en el pueblo español. Una de mis favoritas, desde niña, es “Canción de la esperanza” de Victor Manuel. “Muerto el perro no se fue con él la rabia” canta Victor Manuel refiriéndose a la muerte de Franco, y sigue “siempre había soñado que se irían de una vez, nunca había soñado con un rey.” Porque la lucha en contra de las injusticias, los sistemas políticos que no deseamos y los gritos por la paz, la esperanza, siguen con nosotros y, en mi caso, se transmiten desde el siglo pasado a este. Porque seguimos en búsqueda de justicia. Y seguimos teniendo cosas que cantar.

Los regímenes, la música y el control

“Sólo le pido a Dios

Que lo injusto no me sea indiferente

Que no me abofeteen la otra mejilla

Después que una garra me arañó esta suerte”

Sólo le pido a Dios, León Gieco

El derecho, como un sistema para ordenar  a los seres humanos, empezó trasmitiéndose por medio de la música. Con los altos niveles de analfabetismo, lo lírico se vuelve mas valioso que lo escrito para trasmitir la información. Y así, quien controla la música controla las mentes. No es casualidad que a la niñez se le enseña con cantos y juegos, que las canciones transmiten valores sociales. No es casualidad el uso de la música en religiones y otro tipo de sistemas cerrados.

El régimen, y el derecho, toman la música de la época como suya. En esta sinergia entre la sociedad civil y el Estado, en donde las creaciones de uno son utilizadas por el otro, la censura estatal sobre la música se torna un problema real y común. Se intentó prohibir el rock, el metal. Actualmente, en ciertos países, ha habido intentos de prohibir el reggaetón. En uno y otro caso, con argumentos similares: “va en contra de los valores nacionales”. Porque la nota disonante de los géneros que no surgen del poder o de las élites suena como una afrenta al sistema. Este no es un problema nuevo, podemos ver, a lo largo de la historia ejemplos de censura y enaltecimiento de ciertas clases de música.

Como mencioné anteriormente, uno de los casos paradigmáticos en la historia es el caso del Tercer Reich. Alemania es una nación con una importante tradición musical. Entre sus compositores de música clásica más famosos se encuentran Bach, Mozart y Beethoven. El reconocimiento de los músicos alemanes es una fuente de orgullo para este pueblo. En el periodo de entreguerras se empezó a popularizar entre los alemanes la música de vanguardia, la que provenía de las comunidades judías y afroamericanas, el swing y el jazz. Esto significó, para los nazis, la decadencia de la nación. Asi, cuando tuvieron el control del gobierno, vieron la música como la forma perfecta de guiar a las multitudes. El Ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, buscó “purificar” la música alemana, crear canciones que representaran “la verdadera Alemania” y se organizaron diferentes grupos musicales que tocaran en las ceremonias de gobierno. Para Goebbels la propaganda era un arma de guerra y utilizó la música en gran parte de sus campañas.

La relación entre la propaganda política y la música ha sido estudiada. Muñiz establece que la música tiene diferentes funciones específicas en la propaganda política. Algunas de estas son: que hace tangible el poder, elimina la capacidad crítica, consolida las normas sociales, entretiene, transmite el mensaje y cohesiona a los grupos. En este caso, el régimen Nazi utilizó la música clásica alemana como una forma de propaganda y control.

Una vez que los Nazis llegaron al poder prohibieron lo que llamaban “música degenerada” en especial el jazz y el swing. No solamente fue prohibido por venir de Estados Unidos sino por ser música creada por la comunidad afroamericana. Se castigaba a la gente que escuchaba jazz o swing y, por tanto, la juventud empezó a ver en estos géneros musicales una forma de resistencia al nazismo.

Asimismo, desde el interior de los campos de concentración empezaron a surgir canciones como forma de protesta. La más famosa de estas es “Ernst Busch, Die Moorsoldaten” (Canción de los soldados en la turbera). Fue diseñada como una forma de protesta y partituras de la misma fueron distribuidas de manera clandestina a diferentes campos de concentración. Fue escrita por Johannes Esser junto con Wolfgang Langhoff (minero y actor, respectivamente; ambos dentro del campo de concentración por pertenecer al partido comunista). Esta letra, con un final esperanzador “… ya no abrá más soldados sufriendo en el pantano”, es la prueba de que la música es multifacética. Al mismo tiempo que se escuchaba la música clásica como un modo de control, surgían diferentes canciones y géneros musicales en contra del propio régimen que quiere controlar.

El derecho como la música

“We don’t need no education

We don’t need no thought control”

Another Brick in the Wall, Pink Floyd

El derecho, como la música, puede cambiar las formas de pensar. No solamente regula lo “necesario” para el sistema, sino que se pueden generar cambios importantes de pensamiento desde las leyes. Esto aplica también para la música. Surgen estilos de música, como se reconocen derechos, para darle voz a los grupos más olvidados. Surge la música, como una de las categorías principales de la libertad de expresión, para visibilizar abusos. Surgen las canciones para ser cantadas por las multitudes, para ampararse en ellas y pedir un cambio.

El derecho, como la música, cambia con los siglos e intenta ser más justo. Como la música, crea cánones que, gracias al propio derecho (o a la música) pueden ser cambiados por otros mejores o, que al menos, vayan mejor con la época. Como la música, crea una partitura para después intentar salir de los estándares por el mismo medio. Este dinamismo, característica tanto del derecho como de la música, los une. Esta necesidad de cambio, de mejora, este grito por las injusticias, hace parecidas la mejor parte del derecho con lo que es, en mi opinión, la mejor parte de la música.

El derecho y la música se pueden usar para protestar. Protestan en contra de si mismos. El derecho, cambia las leyes que creó e intenta reivindicarse. El derecho, como algo más amplio, como un conjunto de normas, principios y directrices, usa parte de si mismo para protestar en contra de algo más. El uso de los derechos humanos en los litigios o los diferentes litigios hechos por sociedad civil son algunos de los ejemplos de como el derecho, visto como algo mucho más amplio, puede utilizarse para protestar en contra de si mismo. El derecho ha creado mecanismos para que, desde el propio derecho, se intente protestar en su contra. La música, rompe con lo clásico y los modelos de lo que “debe” ser dentro de los cánones. Y, en esta protesta, se reforman dentro de su propio sistema para llegar a ser lo que son: reflejo de una sociedad en conflicto que día a día, verso a verso, busca ser mejor.