Una micro-introducción metalera al constitucionalismo mexicano

biboca/garagem/ favela

fubanga/maloca/bocada

Ratamahatta

Un espejo transdisciplinario

Hay algunas bandas que marcan tu vida para siempre. Para mí, una de las más significativas fue Sepultura. Chaos A.D (1993) abre con Refuse/Resist, una canción de confrontación policiaca, pasa por The Hunt, un cover a una banda inglesa de punk que incita a la venganza privada, y evoca la resistencia indígena en la instrumental Kaiowás. Años después, Chaos sería catalogado como uno de los mejores 30 álbumes de metal según la Rolling Stone, Scott Ian de Anthrax diría que sería la banda sonora del Apocalipsis, y J.J. Anselmi afirmaría que fue el grito de guerra anti-colonial que el thrash siempre necesitó. Después, Sepultura volvió a hacer historia con Roots (1996). Aún recuerdo comprarlo en Hot Rock, una tienda metalera en el centro de Guadalajara. Roots está lleno de colaboraciones que desafían estilos y barreras culturales; con el percusionista afro-brasileño Carlinhos Brown de Salvador Bahía, con el vocalista de la banda de California, de por sí incategorizable, Faith No More, y sobre todo, con miembros del pueblo indígena Xavante. Sin Sepultura no me hubiera familiarizado con el thrash, el black o el death, pero más importante, no habría abierto los ojos más allá de mi mundo de adolescente de clase media.

Pero ¿por qué Sepultura y no Metallica o Slayer? Aunque estas bandas influyeron en el grupo brasileño, sus portadas no se inspiraban en Stephen King, sus letras no aludían a Josef Menguele y pronto abandonaron el satanismo para pasar a abordar problemáticas de sociedades periféricas supuestamente post-dictatoriales, estratificadas, racializadas, marcadas por la brutalidad policiaca y el abuso de poder. En sus guitarras había power chords, riffs muteados,y tapping, pero también acordes de sertanejo y notas de samba. El doble bombo a 180 bpm coexistía con el surdo y el djembe, se escuchaban charangas de juegos del Palmeiras, percusiones tribales y de la diáspora afro-brasileña. Así, cuando en secundaria nos pidieron investigar sobre un personaje que hubiera luchado por la justicia, y mis compañeres hablaban de Martin Luther King o Gandhi, gracias a Sepultura, yo hablaba de los Kaiowás; un pueblo indígena que ha protestado contra el despojo territorial y cultural con el suicidio masivo.  Escuchaba a otras bandas, pero con Sepultura me identificaba.

En esta entrada utilizaré a Sepultura como un espejo transdisciplinario entre la Música y el Derecho. Si entendemos lo musical y lo jurídico en términos más generales como prácticas sociales o como expresiones culturales, hay importantes lecciones que nos da Sepultura para el derecho constitucional mexicano, en particular para su relación conflictiva “Norte/“Sur”.  Esta interacción se manifiesta en cosmopolitismos vacíos a imagen de Harvard que saturan sus bibliotecas con obras de Dworkin, pero no voltean a ver la Ley revolucionaria de mujeres del EZLN. En usos de la otredad indígena en términos de folklorización, extractivismo o de traición pura como la (contra)reforma indígena de 2001. O bien, en parroquialismos esencialistas que celebran al Amparo como una creación mexicana mientras que rechazan sentencias estructurales o remedios creativos a la  Brown v. Board of Education porque van en contra de la “naturaleza” del juicio de garantías, como si hubiera fronteras para las ideas o las culturas jurídicas fueran impermeables. El caso de Sepultura es ilustrativo para las batallas sociales y culturales porque, como sugiere Keith Harris, la banda se volvió paradójicamente más brasileña en la medida que se hizo más internacional.

De Belo Horizonte a Pimentel Barbosa, pasando por Territorios Palestinos y los estudios Rockfield

Los hermanos Cavalera iniciaron Sepultura en Belo Horizonte a base de traducciones modestas. El vocalista, Max Cavalera, tomó el nombre de la banda de una traducción al portugués de Dancing on Your Grave de Motörhead, aunque cantaba en inglés con un acento “exótico” brasileño. Sus primeras canciones prácticamente iniciaron con un diccionario portugués-inglés para escribir letras como: “I can see Satanas” en Bestial Devastation (1985). Sepultura empezó grabando canciones en un género supestamente ajeno y en una lengua que no dominaban, a la sombra de influencias anglosajonas de harcore punk y thrash californiano, sin bateria propia y usando palos de escoba como soportes para los platillos.

Quizás los padres fundadores de Estados Unidos son nuestro Motörhead, y James Madison es Lemmy. Los “Estados Unidos Mexicanos” también iniciaron con traducciones modestas, a veces literales y otras figuradas. La Constitución mexicana de 1824 trasplantó el federalismo y tradujo disposiciones de la estadounidense. Esta constitución trasplantó de EUA el deber de los estados de reconocer a los actos de otras entidades federativas en el hoy artículo 121, y la de 1857 incorporó la supremacía constitucional en el actual 133.

Sin embargo, las inspiraciones anglosajonas mutan en contextos latinoamericanos tan inventivos como desiguales. No tenemos una Corte Suprema, sino una “Suprema Corte”. Si lo que pretende resaltar su nombre es la supremacía del tribunal de Pino Suárez, esto se contradice por la preeminencia del Poder Revisor que revoca las sentencias – como la de la Ley de Seguridad Interior– que incomodan al gobierno en turno. Así como Troops of Doom empezaba con “um, dois, tres, quatro”, las disposiciones e instituciones traducidas interactúan con una cultura jurídica que concibe y organiza a la constitución no como una ley fundamental más, sino como un código reformable o, peor aun, como un programa social clientelista. Los primeros discos de Sepultura eran indiferentes a la causa indígena, al igual que la concepción predominante del constitucionalismo pre-revolucionario los invisibilizaba o, incluso, liberales como José Luis Mora, pedían su asimilación.

Watchers of morality
Controlled by the hierarchy
Machine to society
Falling to conformity

(C.I.U)

Ahora, regresando al mundo musical: Sepultura abandonó las ficciones satanistas para afrontar la cruda realidad brasileña mientras se emancipaba intelectualmente. En Arise (1991), honraron a Motörhead con Orgasmastron, pero además reintrodujeron la protesta como elemento lírico que se había perdido en la transición harcore punk-metal-thrash. En  Dead Embrionic Cells compusieron un puente que te obliga a hacer headbang, al tiempo que daban cuenta de la agonía de nacer sin un futuro. En C.I.U. con letras de Katherine Moses, rechazan la idea del Rule of Law; la Ley no aplica igual para todos pues las autoridades pueden ser criminales con uniforme que se esconden detrás de una placa o una toga para abusar del poder. Con Altered State empezaban a experimentar con percusiones tribales y en Murder lamentaban la normalización de los asesinatos impunes y el hacinamiento penitenciario.

Tanks on the streets
Confronting police
Bleeding the Plebs
Raging crowd
Burning cars
Bloodshed starts
Who’ll be alive?!

(Refuse/Resist)

La protesta, tan local como global, fue la fuerza gravitacional de Chaos. Para este disco subversivo utilizaron los estudios Rockfield en Gales, donde Queen grabó Bohemian Rhapsody. El video de Refuse sincroniza al Tank Man de Tiananmén y con el latido fetal del entonces futuro hijo de Max, mientras sus letras llaman a resistir la violencia estatal, no a provocarla.  El corto de Territory, con imágenes del Mar Muerto y graffitis anti-ocupación, cuestiona la lucha por tierras, una temática tan aplicable al conflicto palestino como a la resistencia indígena en Brasil y el resto del mundo post-neo-colonial. Propaganda confronta el racismo alimentado por los prejuicios y la desinformación.  Manifest rinde tributo a las 111 víctimas de la Masacre de Carandirú, sin dejar de cuestionar la brutalidad de la policía militar de Sao Paulo. Pero todo se calla para el himno instrumental emancipatorio de Kaiowás, que, sin recurrir a letras, denuncia la industrialización del Amazonas, el robo de futuro a los jóvenes indígenas del estado de Mato Grosso, y la promesa incumplida del artículo 231 de la Constitución Brasileña del respeto a los derechos originarios de las tierras tradicionales.

¿Cómo refleja el espejo transdisciplinario la hegemonía jurídica y cultural del Norte en México? ¿El Derecho ha sido servil a las fuerzas políticas o ha sido un mecanismo de transformación social? ¿Cómo se han relacionado las autoridades con los pueblos originarios? Con todas sus deficiencias, el Amparo no puede ser reducido a la influencia del judicial review, de La Democracia en América de Tocqueville, o al derecho medieval aragonés. El Constituyente de Querétaro aportó la primera constitución social del mundo, antes que Weimar o los soviets de Rusia. Al mismo tiempo, excluyó a todas las mujeres y diseñó un sistema presidencial que daría continuidad a un autoritarismo que permanece vigente. La constitución visibilizaba desigualdades de clase en los artículos 3, 27 y 123, pero apenas murmuraba la palabra “tribu”, ignorando temas étnicos y la existencia de un “México Profundo”. El constitucionalismo liberal se imaginaba hombre, y clasemediero, el social reconocía en papel las desigualdades, pero se concebía mestizo e hispanoparlante a final de cuentas.  

Sin abandonar la protesta política, el tribalismo y el sincretismo cultural permeó todo el disco de Roots.  Roots Bloody Roots, la canción de apertura resumía el esfuerzo por romper fronteras musicales al tiempo de reconectarse con su “brasilianidad”; Attitude abría con un intro de birimbao, un instrumento que llegó a tierras americanas a través de la capoeira y como consecuencia del esclavismo. Ratamahatta, el último sencillo, es una palabra inventada formada por Rata y Mahatma (Ghandi y una plaza de Rio de Janiero) o Manhattan, en posible alusión al distrito neoyorquino que Carlinhos Brown exploró como taxista.  La canción es una mezcla de Poesía de Rua, latin-metal (¿?) y música popular brasileña, con vocales de Brown y Cavalera y un prefacio musical de los Xavantes. Con los Xavantes también trabajaron en Itsári (“Raíces” en a’uwẽ), la secuela de Kaiowás que grabaron con ellos en la aldea Pimentel Barbosa.

Pero, a todo esto, ¿qué es el tribalismo? Lo que sea que signifique, ¿será que Sepultura terminó exotizando a los Xavantes para el mercado del Norte? No queda claro hasta qué punto fue una asociación orgánica entre pares y no una selección prefabricada con fines comerciales o por el simple placer de sonar avant-garde con lo “indígena”. Hay frases en la biografía de Max que pueden interpretarse en un sentido poco igualitario, p. ej. que Sepultura quería la “full-indian experience”. Con todo, hay indicios de que fue un acuerdo honesto y relativamente equilibrado. Aunque al principio querían trabajar con los Kayapó, sus contactos musicales los llevaron a trabajar con los Xavantes, también políticamente activos, pero menos radicales. Sepultura pagó por la colaboración, reconoció el derecho perpetuo de los Xavantes a recibir regalías y aceptó que, si en cualquier momento la comunidad se sentía incomoda, se cancelaba el proyecto. Años más tarde, seguirían en contacto con cartas y tocarían juntos en São Paulo.

Una lectura, quizás sesgada por mis gustos musicales, es que no fue una extracción antropológica sino una alianza contra-hegemónica. Una alianza, por un lado, entre quienes se niegan a ser, lo que Rivera Cusicanqui llama “indios permitidos”, los Xavantes políticamente incorrectos que resisten ser piezas de folclor y confrontan al gobierno, agroindustrias y mineras por la extracción de sus tierras. Y, por otro, Sepultura, quienes también denuncian a las autoridades estales y se niegan a ser los “músicos permitidos”. Quienes cuestionan tanto la exclusión de la subcultura metalera de la sociedad dominante, como los estándares puristas de algunos sectores del metal anglosajón.

Ahora, ¿qué se puede decir de la relación actual de las autoridades mexicanas con lo “tribal”? La situación no ha cambiado demasiado desde 1917. Cuando Felipe Calderón era diputado federal, rechazó que integrantes del EZLN usaran la Tribuna del Congreso de la Unión, aunque como presidente aplaudiría la causa indígena. AMLO no pidió permiso para usar el principio zapatista de “mandar obedeciendo” en su Plan Nacional de Desarrollo, mucho menos pagó regalías, aunque no las aceptarían. Sin permiso de las comunidades, mal-llamó a un megaproyecto como “Maya”, y se negó a aceptar que la consulta previa no respetó los estándares de la ONU.  La Suprema Corte no vio lo que para los Xavantes en Mato Grosso o Nahuas en Puebla es evidente: que la minería y los interés indígenas están estrechamente relacionados. Así, la Corte les negó un amparo en que reclamaban la falta de consulta en el proceso legislativo de la ley minera. En las elecciones de 2018, el INE desarrolló una app para precandidaturas monolingüe que requería un Smartphone y ser usuario de Google o Facebook, un mecanismo que tuvo más en mente a los desarrolladores del Silicon Valley que al México rural. El Tribunal electoral negó que la medida discriminara a “no-digitales”. Así, el constitucionalismo mexicano sigue en batallas internas y transnacionales entre imitar al Norte, mercantilizar lo indígena, y lograr un verdadero pluralismo.

Sepultura y “el abogado permitido”

La mayor lección que nos brinda Sepultura es la protesta contra la homogeneización. No se debe estandarizar el metal según las preconcepciones simplistas, pero tampoco se deben rechazar influencias “extranjeras”. Hay que oponerse a la uniformidad de estilos de vida para el beneficio de empresas transnacionales, pero hay que estrechar lazos entre los Méxicos, Brasiles y Estados Unidos urbanos y profundos. La amistad, como la música, no admite límites territoriales, pero tampoco se deben ignorar los distintos procesos políticos, económicos y culturales que nos impactan de manera diferenciada. 

Sepultura luchó contra esta homogeneización generando grietas internas a la práctica social. Con cadencia belo-horizontina gritaron canciones de protesta al lado de bandas que se caracterizaban por su conservadurismo político, o que incluso coquetean con el supremacismo. Con alianzas sonoras entre excluidos introdujeron instrumentos del África subsahariana y ritmos de las amazonas en un género purista que se jacta de tener decenas de sub-géneros claramente distinguibles. Con grietas reconstruyeron su entendimiento de lo musical mientras se hicieron camino por el mundo anglo/caucásico del metal.  

La enseñanza transdisciplinaria más importante de este abordaje de Metal y Derecho es la posibilidad de agrietar el estereotipo del “abogado permitido”. La profesión de jurista no se reduce a usar traje, citar a juristas de Massachusetts, llamarse mutuamente “lics”, y redactar cláusulas supuestamente neutras en medio de una sociedad desigual. Ser abogadoae es cuestionar a colegas y autoridades, es oponerse al neo-feudalismo mexicano, es ser parte de muchas subculturas, incluidas las jurídicas, que nos definen y co-definimos. Así, con acento tapatío, mal-pronuncio mi parte favorita de Laws Empire para cuestionar el racismo vigente, introduzco himnos metaleros en el catálogo de fuentes jurídicas válidas, y espero generar alianzas para repensar el oficio del jurista. Tal y como a algunos nos emociona escuchar canciones como Kaiowás o Ratamahatta, en una sociedad pluralista, diversa y contradictoria nos debe ilusionar el reto de materializar el 39 constitucional: “Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste.”