La música la escribimos nosotras

Cantamos sin miedo, pedimos justicia

Gritamos por cada desaparecida

Que resuene fuerte: ¡nos queremos vivas!

Canción sin miedo – Vivir Quintana

La Revolución Roja

Desde 1975 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró el 8 de marzo el Día Internacional de la Mujer. El 8 de marzo (23 de febrero en el calendario ruso) de 1917 las mujeres obreras de Petrogrado lideraron revueltas para exigir un cambio en las condiciones que vivían. Se le atribuye a Alexandra Kollontai, política rusa, la siguiente frase: “El Día de las Mujeres Trabajadoras de 1917 se volvió memorable en la Historia. Ese día las mujeres rusas levantaron la antorcha de la revolución proletaria e incendiaron todo el mundo”. Existe mucha disputa sobre el origen del día y se le intenta atribuir a incendios de fábricas en Estados Unidos pero, en realidad, este acontecimiento ocurrió en una fecha completamente distinta. Aunado a esto, las mujeres socialistas ya conmemoraban el día internacional de la mujer trabajadora desde 1910 y sin definir una fecha exacta usaban el mismo momento del año para protestar alrededor del mundo. Las mujeres huelguistas salían a las calles exigiendo aumento salarial y mejores condiciones. La exigencia era cubrir necesidades básicas; la exigencia era poder comprar pan para sus hijes; la exigencia era acabar con una guerra que ellas y la gente obrera luchaba interna y externamente.

¿Qué se tocaba en la Revolución Roja? Se tocaba a Khlebnikov y la Radio del Futuro, a Arseny Avraamov de Simfoniya Gudkov y a Nikolai Foregger y las Danzas Mecánicas, entre otras tantas. La música de esta época se caracterizaba por su disrupción a lo tradicional y lo convencional. Lo que se conocía como ruido se volvió música y la música se convirtió en cambio. La música fue exigencia y fue consignas, también fue hartazgo. La música fue desobediencia en notas y desobediencia en las calles. La música es protesta viva, cambiante y sangrienta.

Revolución Morada

Las canciones feministas nos acompañan en las marchas y en nuestros lugares de resistencia. Digo que nos acompañan porque son parte de nosotras. Son nuestros gritos de lucha y nuestra forma de sanar juntas. No hay sentimiento más bonito que cantar Canción sin miedo con tus amigas, tus compañeras de lucha. Canción sin miedo nace de artistas que comparten la necesidad de visibilizar los feminicidios en México. Vivir Quintana, la autora, describe que la canción surgió sin tener título. Estas canciones son vivencias y experiencias, y como esta hay miles. Otro ejemplo es Mare Advertencia Lirika, una rapera mexicana. Su música atraviesa distintas violencias y vivencias. Es feminismo, es cultura, es activismo, es arte y es poesía. Su música es incómoda y llama la atención y la crítica, pero los cambios radicales son así: incómodos y grandes. Son resistencia y ruido.

Hay quién se acata y quién sale de las reglas,

y parece que desobediente soy de este sistema,

no es que yo lo prefiera, quisiera ser lo que esperan,

pero el sexismo hace tiempo no me educa ¡oops que pena!

Incómoda (Manifiesto Feminista) – Mare Advertencia Lirika

En otra intersección entre la poesía y la crítica estaba Gata Cattana. Si bien Gata Cattana es madrileña, la causa por la que luchamos no conoce fronteras y se ve inmiscuida en la vida de todas, aunque sea de diferente manera. Para Gata Cattana hacer su rap era salirse del género y reinventarlo, ponerle su visión huyendo “del machismo, de la marginalidad y el sectarismo del movimiento.” La estrofa la usaba para relatar una lucha contra la indiferencia y contra la injusticia. La lírica es resistencia y ruido.

Déjame ser otra cosa que no sea un cuerpo

Deja de follarme con los ojos ya de paso

Cuando paso por la calle sola en todo momento

Porque me cago en to´

Lisistrata – Gata Cattana

La marcha del 8 de marzo de 2020 fue una sin precedentes con un número de personas nunca antes visto en México. Al hablar con mujeres que estuvieron en la marcha narraban que mientras saltaban cantando las consignas temblaba el piso, se sentía como un temblor. Las consignas que se gritan en las marchas en unísono son música y hacen que tu cuerpo y alma vibren y sientan las vibraciones de la gente a tu alrededor. Este morado que ha inundado las calles por años, ha sido la causa y consecuencia del cambio social, como el vaso que gotea y se derrama hasta convertirse en mar. El derrame morado se puede ver reflejado en el derecho en las sentencias de las juezas. Se puede ver reflejado en sentencias como la de Campo Algodonero y de Mariana Lima Buendía.

Que cumplan los jueces y los judiciales

La sentencia de Campo Algodonero fue un parteaguas para hablar de violencia de género en México. A inicios de los años noventas aumentaron los feminicidios y desapariciones de las mujeres en ciudad Juárez, y esto continuó día tras día, hasta que en 2001 se encontraron los cuerpos de Claudia Ivette González, Esmeralda Herrera Monreal y Laura Berenice Ramos Monárrez en un campo algodonero, y que, como muchas mujeres víctimas de feminicidio en Ciudad Juárez, presentaban signos de agresión sexual. Después de que el caso llegara a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y el Estado mexicano ignorara las recomendaciones emitidas por esta, se promovió una demanda en la Corte IDH por la posible responsabilidad del Estado mexicano en la desaparición y muerte de las tres mujeres de campo algodonero. En esta sentencia se declaró culpable al Estado mexicano por no cumplir con sus obligaciones y garantizar el derecho a la vida, a la honra y dignidad, a la integridad personal y, entre otros, las garantías judiciales.

A nivel nacional, el caso de Mariana Lima Buendía fue el primer feminicidio que se discutió en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Mariana había denunciado a su esposo Julio César de violencia física y sexual. El esposo de Mariana era policía judicial y conocía los protocolos en una escena de crimen. Mariana fue encontrada en su cama después de que Julio César alegó que la descolgó del clavo con el hilo de cinco milímetros del que presuntamente se colgó. Los peritos que estuvieron en la escena descartaron el caso, aludiendo que fue un suicidio, a pesar de las inconsistencias en la escena. La sentencia reconoció el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia y discriminación, la obligatoriedad de investigar y juzgar con perspectiva de género y un esfuerzo por proporcionar una reparación integral por las violaciones de derechos huamanos. Irinea Buenía, mamá de Mariana y activista de DDHH fue la que se aseguró de que el caso de su hija fuera atendido con la debida diligencia que siempre debió tener.

Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras

Nombramos los fenómenos para darles poder y visibilidad. Nombrar los feminicidios es importante porque viene de un lugar diferente que el homicidio. Nombramos las violencias que vivimos con nuestras canciones, con nuestras demandas. Las nombramos en las calles, en nuestra casa, en los tribunales. Hoy conmemoramos el Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras, no el Día Internacional de la Mujer. Al nombrarlo reconocemos a todas las mujeres que lucharon antes que nosotras y por las que hoy luchamos nosotras.

La música y el feminismo no viven en los medios tradicionales. No necesitan instrumentos. La música pueden ser las vibraciones que sentimos entre nosotras. La música pueden ser los gritos que lanzamos al resistir y luchar. La música son las sentencias que confirman nuestras intuiciones. La música la escribimos nosotras. No hay un feminismo hegemónico ni un género musical que perdure ni normas que definan el valor de ninguno de los dos, pero nos escuchamos. Nos salimos de lo que creemos; nos escuchamos. Hoy peleamos por las mujeres trabajadoras; hoy peleo por un feminismo interseccional, con consciencia de clase, transincluyente, por la diversidad sexo-genéricas, antipunitivista -restaurativo-, antiespecista, antirracista, que defiende el derecho a decidir, pro-trabajadora sexual, anticapitalista, antifascista, anticolonial y antipatriarcial. Por un feminismo para todes. Por un feminismo que resuene todo el año, no solo en marzo, no solo cuando les conviene, no solo cuando es cómodo.

Protesta por amor

This plot is bigger than me, it’s generational hatred

It’s genocism, it’s grimy, little justification

The Blacker The Berry – Kendrick Lamar

“We gon’ be alright” sonaban los gritos de los protestantes de Black Lives Matter con una furia que esperanzaba a la multitud. La gente bailaba y gritaba alrededor de todo Estados Unidos, desde Denver hasta Washington. El espíritu de comunidad se sentía incluso a través de las pantallas. Todo el mundo estaba observando el movimiento. Los gritos y sus ecos fueron más fuertes que nunca. Los movimientos políticos son representados en las artes para liberar el sentir de sus agentes y para viajar a través de las fronteras del tiempo. La música de protesta pone un sonido a la furia y lo transmite con una potencia multiplicada por la gente que lucha por un mundo mejor. Este fue el caso del movimiento afroamericano de Black Lives Matter y su himno Alright

Algunos momentos clave para las artes afroamericanas

Para comprender el impacto cultural de Alright es imperativo entender la historia del movimiento artístico que da pie al florecimiento de las voces e identidades afroamericanas. A principios del siglo XX, en el barrio de Harlem en la ciudad de Nueva York se dio un fenómeno social y cultural conocido como el Renacimiento de Harlem. Causado por el rápido aumento de población afroamericana en el lugar y un sentimiento de orgullo cultural, el Renacimiento de Harlem buscaba otorgar crédito y visibilidad a los avances culturales que personas de su comunidad ofrecían al mundo. Esta época fue de gran florecimiento en la poesía, la música, la actuación, las artes visuales e incluso el periodismo.  Paul Robenson, un gran participante del movimiento, se mudó a Harlem a finales de la primera década del siglo y creció en su impacto en la industria escénica del momento. Robenson inspiraba el pensamiento de que las artes y la cultura eran los mejores caminos a seguir para que los estadounidenses negros superaran el racismo y avanzaran en una cultura dominada por los blanco. Aunque la explosión creativa y cultural comenzó a extinguirse con la Gran Depresión de 1929 se cree que este fue el sentimiento que sentó las bases del orgullo afroamericano que impulsaría, décadas después, el movimiento por los derechos civiles de su comunidad.  

Posteriormente, a principios de la década de los 70, tras el impacto del movimiento por los derechos civiles encabezado por Martin Luther King, se presentó un segundo período de desarrollo y crecimiento cultural entre los estadounidenses afroamericanos. Basado en valores culturales del nacionalismo afroamericano, el Black Arts Movement buscaba una estética afroamericana en las artes y un separatismo en su producción y distribución. 

En estos últimos años, la comunidad afroamericana ha recobrado visibilidad en términos de política y arte. Las voces de este grupo van ascendiendo cada vez más con el propósito de ser escuchadas. Como describe Ibram X. Kendi en su artículo titulado This is the Black Renaissance “… si el Renacimiento de Harlem incitó a los afrodescendientes a verse a sí mismos, si el Black Arts Movement incitó a los negros a amarse a sí mismos, entonces el Renacimiento Afroamericano está incitando a los negros a ser ellos mismos. Totalmente. Sin disculpas. Libremente.” Desde problemas políticos hasta visión artística, los afrodescendientes se han encargado de compartir su esencia en su trabajo y el impacto que esta ha tenido se puede sentir en cada obra y en cada protesta. La popularidad de su arte crece porque refleja la complejidad de su cultura y sus luchas. Es un trabajo tan humano que las personas de todas las razas pueden apreciarlo desde su otredad y sumarse como aliados a sus luchas, creando un sentimiento de solidaridad más fuerte que antes. 

El impacto de Lamar

El equipo de la revista Time se dio a la tarea de hacer una recopilación de las obras más notorias del Black Renaissance, sin embargo, para aterrizar un poco la conversación, me centraré en una obra en especifico: To Pimp A Butterfly (2015), el tercer álbum del rapero estadounidense Kendrick Lamar. Considerado una de las influencias artísticas más importantes  y mayormente aceptadas por los principales medios de consumo artístico de su generación, Lamar dio el nombre a este proyecto como una metáfora sobre la naturaleza corrosiva de la vida de celebridad negra: ignorado, marginado y juzgado por la industria al empezar en Compton pero explotado, venerado y alejado de sus seres queridos y sus valores al estar en la cima. Con una narrativa sumamente personal, el rapero toca temas que van desde la opresión racial y su relación con la cultura afroamericana; hasta el racismo en la actualidad y el síndrome de culpa del superviviente. Una mezcla musical de jazz y rap que contrapone los orígenes del género con lo que es actualmente. Con siete nominaciones a los Grammys de 2016 y reconocimiento popular, Lamar se constituyó como uno de los mejores raperos de la historia y su tercer álbum es considerado como uno de los mejores de la década pasada. 

El impacto de Kendrick no solo fue musical, la letra de sus canciones es dura y cruda. Dolor, violencia, sexualidad, culpa, amor propio, unidad y amor al prójimo son conceptos que Lamar plantea una y otra vez a lo largo de las historias contadas en esta obra de arte. La continuidad de su trabajo está hilada por un poema de su autoría que es narrado por partes al principio y final de algunas de las canciones contenidas en el álbum.

I remember you was conflicted
Misusing your influence

Sometimes I did the same
Abusing my power, full of resentment
Resentment that turned into a deep depression


Found myself screaming in the hotel room
I didn’t wanna self destruct
The evils of Lucy was all around me
So I went running for answers
Until I came home
But that didn’t stop survivor’s guilt


Going back and forth trying to convince myself the stripes I earned
Or maybe how A-1 my foundation was
But while my loved ones was fighting the continuous war back in the city, I was entering a new one
A war that was based on apartheid and discrimination
Made me wanna go back to the city and tell the homies what I learned
The word was respect


Just because you wore a different gang color than mine’s
Doesn’t mean I can’t respect you as a black man
Forgetting all the pain and hurt we caused each other in these streets
If I respect you, we unify and stop the enemy from killing us
But I don’t know, I’m no mortal man, maybe I’m just another nigga

Con un sin fin de referencias al trabajo artístico afroamericano, el álbum es una compilación de sentimientos totalmente personales que pueden ser familiares para su comunidad. Tan es así que, como se mencionó anteriormente, Alright se convirtió en un himno de unidad y esperanza para la comunidad afroamericana durante las protestas del movimiento Black Lives Matter el año pasado. “Hace 400 años, como esclavos, oramos y cantamos canciones alegres para mantener la cabeza equilibrada con la realidad que vivíamos. 400 años después, todavía necesitamos esa música para sanar. Creo que Alright es definitivamente una de esas canciones que te hace sentir bien sin importar el contexto de los tiempos.” Así dijo, con toda razón, Lamar en una entrevista con National Public Radio pues, el 2 de junio de 2020, día mejor conocido como Blackout Tuesday, se reportó que las transmisiones de Alright en Spotify se dispararon un 787%. 

Black Lives Matter y la lucha actual

El movimiento de Black Lives Matter (BLM) fue fundado en 2013 como consecuencia de la absolución del oficial de policía que privó de la vida a Trayvon Martin, tras un altercado físico entre los dos. George Zimmerman, el oficial homicida fue acusado de asesinato pero resultó absuelto bajo el argumento de la defensa propia, aun cuando el joven Martin se encontraba desarmado. Trayvon Martin no fue la primera ni la última vida afroamericana que se perdió en manos de la policía sin generar consecuencias judiciales. El 25 de mayo de 2020, George Floyd fue asesinado durante su arresto por la presunta utilización de un billete falso. Derek Chauvin, el oficial encargado del arresto, se arrodilló en el cuello del detenido provocando su asfixia y ocasionando su muerte aun cuando el detenido repetía con dificultad “No puedo respirar”. 

Los asesinatos de George Floyd y Trayvon Martin son solo un par de gotas en un mar de casos similares por lo que la comunidad afroamericana reaccionó con fuerza. Protestas en todo el mundo se dieron como consecuencia de los acontecimientos del 25 de mayo y el hartazgo por el racismo institucionalizado que se vive en Estados Unidos y en el mundo. Millones de personas salieron a protestar, cantar y unirse. El mundo se movía y cantaba al son de la letra de Lamar y los beats de Pharell. 

El movimiento, su música y su impacto llegaron este enero al Congreso de EE.UU con la activista demócrata Cori Bush quien, a su vez, es integrante de la llamada “Brigada” junto con Alexandria Ocasio-Cortez. Bush es legisladora a nivel federal, lo cual significa un apoyo significativo para el movimiento BLM en cuestiones legislativas. 

Alguna vez un profesor me dijo al iniciar su curso que el derecho es el mínimo de amor que debe de existir en la sociedad, y desde entonces, al encontrarme con un hecho social tan trascendental como este, lo juzgo a la luz de ese principio. En mi opinión, siguiendo la línea de razonamiento del derecho por integridad de Ronald Dworkin, en el derecho hay normas que deben ser creadas e interpretadas a la luz de las diferentes situaciones sociales que se presentan a lo largo del tiempo. Si existir implica necesariamente coexistir en sociedad, es necesario que las reglas que nos rigen estén encaminadas a mantener relaciones de respeto mutuo para mantener la paz en nuestras comunidades. El movimiento de Black Lives Matter y su música nos demuestran una clara ruptura en las redes de amor y comunidad de Estados Unidos, el derecho tiene la responsabilidad de enmendarlas. El mundo queda atento a la respuesta de las autoridades estadounidenses; mientras tanto, se seguirá protestando por amor. 

De sangre y de protesta

Tú qué vas a saber si tú no sangras una vez al mes

Mon Laferte

Ni canciones de guerra ni de batallas. Ni cantares de victorias ni de cruzadas. Ni melodías campales ni de hombres caídos. Canciones que se escurren por nuestras piernas. Cantares de experiencias silenciadas. Melodías de la sangre ignorada. Hablar de menstruación es revolución. Cantar sobre menstruación es protesta.

El derecho como herramienta divina. Mecanismo que promueve la solución de los problemas que surgen en sociedad. Disculpen ustedes, he de corregir. Mecanismo que promueve la solución de algunos problemas que surgen en sociedad. De los problemas que podemos ver, de los problemas que se gesticulan, que aparecen en la arena pública. “Señor legislador, tiene usted la palabra”, dice el Señor Senador Presidente. “Le agradezco infinitamente Señor Senador Presidente. Reforma educativa, era lo que quería decir. Fortalezcamos al magisterio, propongo yo”. La cámara se inunda con aplausos, clamores, felicitaciones. Termina la sesión a las 16:00 horas y el Congreso se vacía. Señores legisladores, se les olvidó un pequeño detalle: en México, más del 75% de las niñas reportan no sentirse seguras en la escuela mientras menstrúan. Lo que sucede es que no tienen acceso a productos menstruales. Lo que sucede es que en sus escuelas no hay agua. Lo que sucede es que la pobreza menstrual inunda las aulas. No hay aplausos, no hay clamores, no hay felicitaciones. Hay silencio. El derecho como herramienta divina. Bendita ignorancia: lo que no se ve no duele.

El derecho como instrumento de transformación. “Señor presidente, disculpe mi atrevimiento. Una iniciativa para reformar la Ley del IVA, eso quería decir. El Viagra es un insumo básico. No debe estar gravado” dice el Consultor Jurídico de la presidencia “No es atrevimiento, mi estimado. Me parece inteligente su propuesta. Viagra, elixir de placer. No puede estar gravado”. Se regocijan en su hallazgo. Insumos esenciales, bienes básicos. “Las erecciones no son un lujo, son una necesidad. Así se mantiene la raza humana” es el grito que se oye desde el Ejecutivo. Sale del Zócalo, pasando por Pino Suarez, hasta San Lázaro. El presidente y su compadre salen del cuarto amueblado con escritorios de caoba y pasan por el interminable corredor plagado de los cuadros de los presidentes anteriores. Bigotes y barbas. Pechos inflados y habanos. Señores, se les olvidó discutir un detalle. Es pequeño, prometo no quitarles mucho tiempo. Fíjense que los productos menstruales, ya saben, esos que son indispensables para más de la mitad de su población, esos sin los cuales no pueden vivir las personas menstruantes, están gravados. Siguen gravados. Permanecen gravados. El acceso a estos productos se vuelve, en ocasiones, una fantasía. ¿Qué podemos hacer? “Disculpe usted señorita” dice el presidente, “es que después de mi segundo vaso de etiqueta negra ya no puedo concentrarme”. Bendita ignorancia: lo que no se habla no existe.

El derecho calla y la música habla. Dicen que nunca muere la mala yerba, por eso te hago esta canción de mierda, canta Mon Laferte con su tono característico dentro de una bañera llena de sangre. Grotesca imagen. Grotesca canción. Pero así es la protesta: grotesca. Porque cuando el Estado calla y se tapa los ojos ante las carencias, las necesidades se expresan como humo en olla de presión: haciendo un ruido incómodo, insoportable, grotesco. La protesta es grotescamente hermosa.

El derecho calla y la música grita. Don’t be afraid, it’s only blood, canta Jenny Hval dentro de una canción que tiene como tema central su ciclo.  Incómoda imagen. Incómoda canción. Pero así es la protesta: incómoda. Porque pretende terminar con el estatus quo. Porque se revela en contra de las corrientes conservadoras, del orden, de los buenos modales y de las buenas costumbres. Del “eso no es de señoritas”, del “de eso no hablamos en público” y del “ese es un tema muy de nosotras”. La protesta es incómodamente hermosa.

El derecho calla y las guitarras rechinan. What is the color, the color of shame? Is it red? Is it blood blood red? Does it creep out from my two legs up to my face?, canta Heavens to Betsy para revindicar el orgullo sobre nuestro ciclo. Fastidiosa imagen. Fastidiosa canción. Pero así es la protesta: fastidiosa. Porque hace enojar a las autoridades. Porque nos obliga a cuestionar estructuras. Porque molesta y se posiciona como un muro entre la realidad y la comodidad. La protesta es fastidiosamente hermosa.

El derecho calla y se prende el escenario. My swag is serious, something heavy like a first day period, canta Janet Jackson en un traje de cuero negro. Conexión indisociable entre fuerza y ciclo menstrual. Irritante imagen. Irritante canción. Así es la protesta: irritante. Porque conmociona y cae pesada a los estómagos más sensibles. Porque arrasa con las edificaciones sociales. Porque tiene la inconveniente función de hacernos cuestionar lo aprendido.  La protesta es irritantemente hermosa.

Canciones de sangre. De esa que se derrama sin golpes. De la sangre cíclica. De la sangre de algunas cuantas. De la sangre grotesca que molesta, fastidia e irrita. De la que no se habla. De la que saca a las niñas de las escuelas y limita su acceso al mundo laboral. De la que parece que no existe en las cárceles y en las estaciones migratorias. De la que no podemos desvincular del género y nos hace ignorar experiencias diversas en cuerpos diversos. De esa que no se discute en el Congreso de la Unión, en la oficina del presidente y que no pasea por los corredores de la Suprema Corte de Justicia. De esa que no se habla en las grandes trasnacionales y en las plantas industriales. De esa que no aparece en el artículo 4 o 123 de la Constitución, ni deja su rastro en la Ley General de Salud o la Ley Federal de Trabajo. De esa que nos ha acompañado a lo largo de toda la historia y que el derecho ignora. De esa que no es tan importante. A falta de leyes, cantamos. A falta de políticas públicas, protestamos.   Bendita protesta, que se expresa en versos, melodías y cantares. Que mancha el pavimento de la sangre más incómoda de todas.


La nota disonante

Words on loose-leaf sheet complete coming

I jump in my mind and summon the rhyme I’m dumping

Healing the blind, I promise to let the sun in

Sick of the dark ways we march to the drumming

Hands Held High, Linkin Park


La música es una de las cosas más bonitas que hemos creado como humanidad. Puede ser, en mi opinión, nuestra mejor forma de trascender. Es nuestra forma de gritarle a lo bello, al amor. Pero también puede ser – como ha sido – un modo de control. Y, como es tan maravillosa, puede ser una de las mejores formas de salir de ese control. La música, y su historia, se liga con la historia de la humanidad; con la historia de las injusticias, con la historia de amor y de cambio. La música es nuestro reflejo.

Como el derecho, la música se fue institucionalizando hasta llegar a lo que tenemos ahora: notas escritas en un pentagrama, el “do, re, mi”, el cálculo matemático para hacerla “perfecta” o “de élite”. Asi como el derecho surge para ordenar las conductas humanas, para que vayamos en armonía; la profesionalización de la música puede cumplir con el mismo rol. La humanidad puede bailar al mismo ritmo; y ese ritmo hace que también pueda marchar hacia el campo de batalla. La música puede ser utilizada por el gobierno para generar identidad nacional; o puede generarla realmente.

Ejemplos de dictadores que han utilizado la música para enaltecerse o como medio de control hay muchos. Tal vez, uno de los ejemplos más famosos es el papel que jugó la música en el Tercer Reich. La idea de que Alemania estaba en decadencia gracias a la creciente popularidad de géneros como el jazz fue muy importante para la filosofía del régimen. Al mismo tiempo, la música alemana clásica fue subida a un pedestal nacionalista y fue utilizada como forma de influenciar a las multitudes.

Aun así, la música es reflejo de nuestra humanidad, y como no somos tan simples ni tan fáciles de controlar, ante las diferentes formas de intento de control, surgen reacciones, notas disonantes. Surgen personas que, por medio de la música y resistiendo a la censura, intentan alzar la voz. Surge un pueblo con canciones de antaño, o creadas para el momento, cantando al unísono en contra de la partitura impuesta. Y surgen nuevos géneros, expresiones de los grupos oprimidos que toman fuerza y se revelan en contra de lo establecido. Que, así como se buscan cambiar las leyes para que sean inclusivas, buscan cambiar los cánones musicales para y ser escuchados. En este texto ahondaremos en el poder que tiene la música como método de control y, a su vez, como la forma principal de reacción y resistencia.

La protesta, el cambio y la música

“Como quisiera ver que el artista
Está buscando la manera
De hablar de todo
Lo que se ha vuelto importante y aun así
Nunca es bastante
Aún nos falta, y vaya si nos falta, tanto a que cantar…”

Carta a Francia, Fernando Delgadillo

La trova cubana, el rap, les cantautores latines, las protestas del 68, les cantantes africanes, los diferentes grupos sociales. Las feministas, el movimiento LGTB+, migrantes, desplazados, quienes buscan su voz. El reggaetón como un género disruptivo. El trap. El blues, el jazz, el rap. Así como el rock en su época, los grupos sociales se movilizan y se identifican con géneros musicales específicos, porque son de su creación, porque surgen de su historia, de su lucha.

La música grita por injusticias. Desde canciones de las mujeres como Un violador en tu camino” de las Tesis o “Canción sin miedo” de Vivir Quintana, los movimientos feministas de America Latina han resaltado por sus intepretaciones protestando en contra de las leyes, las injusticias y el estado que guardan las cosas. Protestando en contra del machismo institucionalizado. Canciones que te calan hasta los huesos. Canciones que piden cambios a las leyes machistas, reformas a los poderes estatales y que se paren las injusticias. Canciones que gritan por sus muertas.

La música grita por injusticias. Desde canciones de la comunidad afroamericana en Estados Unidos como Fuck da Police” de N.W.A., “Across the lines” de Tracy Chapman o “Hurricane” de Bob Dylan, se expone la brutalidad policial en contra de la comunidad. Se pide un cambio en el derecho y las instituciones que sistemáticamente discriminan a la población. Visibilizan un problema. Crean comunidad.

La música grita por injusticias. Y puede gritar, y, en mi opinión, debe gritar por mucho más. Canciones que buscan cambiar leyes específicas, como puede ser “Land of the Free” de The Killers en contra de las políticas migratorias de Trump. Canciones que exponen la corrupcion de las clases gobernantes, el abuso de autoridad y la brutalidad en las represiones como “Algo Personal” de Serrat y Calle 13.

La realidad latinoamericana del siglo pasado nos da mártires de resistencia. En medio de golpes de Estado, dictaduras y represión, surgen figuras como Victor Jara, símbolo de resistencia contra la dictadura chilena. Con canciones como “El derecho de vivir en paz” de Victor Jara y la historia del autor, se nos muestra lo que cuesta salirte de la partitura, del sistema impuesto. Lo que cuesta cantar con libertad. Yo pisaré las calles nuevamente” de Pablo Milanes, nos demuestra no solamente que alzar la voz es importante para el artista, sino que estas canciones pueden tomar vida, reinterpretarse, y, aunque sea tarde, generar cambios como los vistos en Chile este año y el pasado.

En contra de las dictaduras, y los procesos de reconstrucción que vienen después, podemos pensar en el pueblo español. Una de mis favoritas, desde niña, es “Canción de la esperanza” de Victor Manuel. “Muerto el perro no se fue con él la rabia” canta Victor Manuel refiriéndose a la muerte de Franco, y sigue “siempre había soñado que se irían de una vez, nunca había soñado con un rey.” Porque la lucha en contra de las injusticias, los sistemas políticos que no deseamos y los gritos por la paz, la esperanza, siguen con nosotros y, en mi caso, se transmiten desde el siglo pasado a este. Porque seguimos en búsqueda de justicia. Y seguimos teniendo cosas que cantar.

Los regímenes, la música y el control

“Sólo le pido a Dios

Que lo injusto no me sea indiferente

Que no me abofeteen la otra mejilla

Después que una garra me arañó esta suerte”

Sólo le pido a Dios, León Gieco

El derecho, como un sistema para ordenar  a los seres humanos, empezó trasmitiéndose por medio de la música. Con los altos niveles de analfabetismo, lo lírico se vuelve mas valioso que lo escrito para trasmitir la información. Y así, quien controla la música controla las mentes. No es casualidad que a la niñez se le enseña con cantos y juegos, que las canciones transmiten valores sociales. No es casualidad el uso de la música en religiones y otro tipo de sistemas cerrados.

El régimen, y el derecho, toman la música de la época como suya. En esta sinergia entre la sociedad civil y el Estado, en donde las creaciones de uno son utilizadas por el otro, la censura estatal sobre la música se torna un problema real y común. Se intentó prohibir el rock, el metal. Actualmente, en ciertos países, ha habido intentos de prohibir el reggaetón. En uno y otro caso, con argumentos similares: “va en contra de los valores nacionales”. Porque la nota disonante de los géneros que no surgen del poder o de las élites suena como una afrenta al sistema. Este no es un problema nuevo, podemos ver, a lo largo de la historia ejemplos de censura y enaltecimiento de ciertas clases de música.

Como mencioné anteriormente, uno de los casos paradigmáticos en la historia es el caso del Tercer Reich. Alemania es una nación con una importante tradición musical. Entre sus compositores de música clásica más famosos se encuentran Bach, Mozart y Beethoven. El reconocimiento de los músicos alemanes es una fuente de orgullo para este pueblo. En el periodo de entreguerras se empezó a popularizar entre los alemanes la música de vanguardia, la que provenía de las comunidades judías y afroamericanas, el swing y el jazz. Esto significó, para los nazis, la decadencia de la nación. Asi, cuando tuvieron el control del gobierno, vieron la música como la forma perfecta de guiar a las multitudes. El Ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, buscó “purificar” la música alemana, crear canciones que representaran “la verdadera Alemania” y se organizaron diferentes grupos musicales que tocaran en las ceremonias de gobierno. Para Goebbels la propaganda era un arma de guerra y utilizó la música en gran parte de sus campañas.

La relación entre la propaganda política y la música ha sido estudiada. Muñiz establece que la música tiene diferentes funciones específicas en la propaganda política. Algunas de estas son: que hace tangible el poder, elimina la capacidad crítica, consolida las normas sociales, entretiene, transmite el mensaje y cohesiona a los grupos. En este caso, el régimen Nazi utilizó la música clásica alemana como una forma de propaganda y control.

Una vez que los Nazis llegaron al poder prohibieron lo que llamaban “música degenerada” en especial el jazz y el swing. No solamente fue prohibido por venir de Estados Unidos sino por ser música creada por la comunidad afroamericana. Se castigaba a la gente que escuchaba jazz o swing y, por tanto, la juventud empezó a ver en estos géneros musicales una forma de resistencia al nazismo.

Asimismo, desde el interior de los campos de concentración empezaron a surgir canciones como forma de protesta. La más famosa de estas es “Ernst Busch, Die Moorsoldaten” (Canción de los soldados en la turbera). Fue diseñada como una forma de protesta y partituras de la misma fueron distribuidas de manera clandestina a diferentes campos de concentración. Fue escrita por Johannes Esser junto con Wolfgang Langhoff (minero y actor, respectivamente; ambos dentro del campo de concentración por pertenecer al partido comunista). Esta letra, con un final esperanzador “… ya no abrá más soldados sufriendo en el pantano”, es la prueba de que la música es multifacética. Al mismo tiempo que se escuchaba la música clásica como un modo de control, surgían diferentes canciones y géneros musicales en contra del propio régimen que quiere controlar.

El derecho como la música

“We don’t need no education

We don’t need no thought control”

Another Brick in the Wall, Pink Floyd

El derecho, como la música, puede cambiar las formas de pensar. No solamente regula lo “necesario” para el sistema, sino que se pueden generar cambios importantes de pensamiento desde las leyes. Esto aplica también para la música. Surgen estilos de música, como se reconocen derechos, para darle voz a los grupos más olvidados. Surge la música, como una de las categorías principales de la libertad de expresión, para visibilizar abusos. Surgen las canciones para ser cantadas por las multitudes, para ampararse en ellas y pedir un cambio.

El derecho, como la música, cambia con los siglos e intenta ser más justo. Como la música, crea cánones que, gracias al propio derecho (o a la música) pueden ser cambiados por otros mejores o, que al menos, vayan mejor con la época. Como la música, crea una partitura para después intentar salir de los estándares por el mismo medio. Este dinamismo, característica tanto del derecho como de la música, los une. Esta necesidad de cambio, de mejora, este grito por las injusticias, hace parecidas la mejor parte del derecho con lo que es, en mi opinión, la mejor parte de la música.

El derecho y la música se pueden usar para protestar. Protestan en contra de si mismos. El derecho, cambia las leyes que creó e intenta reivindicarse. El derecho, como algo más amplio, como un conjunto de normas, principios y directrices, usa parte de si mismo para protestar en contra de algo más. El uso de los derechos humanos en los litigios o los diferentes litigios hechos por sociedad civil son algunos de los ejemplos de como el derecho, visto como algo mucho más amplio, puede utilizarse para protestar en contra de si mismo. El derecho ha creado mecanismos para que, desde el propio derecho, se intente protestar en su contra. La música, rompe con lo clásico y los modelos de lo que “debe” ser dentro de los cánones. Y, en esta protesta, se reforman dentro de su propio sistema para llegar a ser lo que son: reflejo de una sociedad en conflicto que día a día, verso a verso, busca ser mejor.


Una micro-introducción metalera al constitucionalismo mexicano

biboca/garagem/ favela

fubanga/maloca/bocada

Ratamahatta

Un espejo transdisciplinario

Hay algunas bandas que marcan tu vida para siempre. Para mí, una de las más significativas fue Sepultura. Chaos A.D (1993) abre con Refuse/Resist, una canción de confrontación policiaca, pasa por The Hunt, un cover a una banda inglesa de punk que incita a la venganza privada, y evoca la resistencia indígena en la instrumental Kaiowás. Años después, Chaos sería catalogado como uno de los mejores 30 álbumes de metal según la Rolling Stone, Scott Ian de Anthrax diría que sería la banda sonora del Apocalipsis, y J.J. Anselmi afirmaría que fue el grito de guerra anti-colonial que el thrash siempre necesitó. Después, Sepultura volvió a hacer historia con Roots (1996). Aún recuerdo comprarlo en Hot Rock, una tienda metalera en el centro de Guadalajara. Roots está lleno de colaboraciones que desafían estilos y barreras culturales; con el percusionista afro-brasileño Carlinhos Brown de Salvador Bahía, con el vocalista de la banda de California, de por sí incategorizable, Faith No More, y sobre todo, con miembros del pueblo indígena Xavante. Sin Sepultura no me hubiera familiarizado con el thrash, el black o el death, pero más importante, no habría abierto los ojos más allá de mi mundo de adolescente de clase media.

Pero ¿por qué Sepultura y no Metallica o Slayer? Aunque estas bandas influyeron en el grupo brasileño, sus portadas no se inspiraban en Stephen King, sus letras no aludían a Josef Menguele y pronto abandonaron el satanismo para pasar a abordar problemáticas de sociedades periféricas supuestamente post-dictatoriales, estratificadas, racializadas, marcadas por la brutalidad policiaca y el abuso de poder. En sus guitarras había power chords, riffs muteados,y tapping, pero también acordes de sertanejo y notas de samba. El doble bombo a 180 bpm coexistía con el surdo y el djembe, se escuchaban charangas de juegos del Palmeiras, percusiones tribales y de la diáspora afro-brasileña. Así, cuando en secundaria nos pidieron investigar sobre un personaje que hubiera luchado por la justicia, y mis compañeres hablaban de Martin Luther King o Gandhi, gracias a Sepultura, yo hablaba de los Kaiowás; un pueblo indígena que ha protestado contra el despojo territorial y cultural con el suicidio masivo.  Escuchaba a otras bandas, pero con Sepultura me identificaba.

En esta entrada utilizaré a Sepultura como un espejo transdisciplinario entre la Música y el Derecho. Si entendemos lo musical y lo jurídico en términos más generales como prácticas sociales o como expresiones culturales, hay importantes lecciones que nos da Sepultura para el derecho constitucional mexicano, en particular para su relación conflictiva “Norte/“Sur”.  Esta interacción se manifiesta en cosmopolitismos vacíos a imagen de Harvard que saturan sus bibliotecas con obras de Dworkin, pero no voltean a ver la Ley revolucionaria de mujeres del EZLN. En usos de la otredad indígena en términos de folklorización, extractivismo o de traición pura como la (contra)reforma indígena de 2001. O bien, en parroquialismos esencialistas que celebran al Amparo como una creación mexicana mientras que rechazan sentencias estructurales o remedios creativos a la  Brown v. Board of Education porque van en contra de la “naturaleza” del juicio de garantías, como si hubiera fronteras para las ideas o las culturas jurídicas fueran impermeables. El caso de Sepultura es ilustrativo para las batallas sociales y culturales porque, como sugiere Keith Harris, la banda se volvió paradójicamente más brasileña en la medida que se hizo más internacional.

De Belo Horizonte a Pimentel Barbosa, pasando por Territorios Palestinos y los estudios Rockfield

Los hermanos Cavalera iniciaron Sepultura en Belo Horizonte a base de traducciones modestas. El vocalista, Max Cavalera, tomó el nombre de la banda de una traducción al portugués de Dancing on Your Grave de Motörhead, aunque cantaba en inglés con un acento “exótico” brasileño. Sus primeras canciones prácticamente iniciaron con un diccionario portugués-inglés para escribir letras como: “I can see Satanas” en Bestial Devastation (1985). Sepultura empezó grabando canciones en un género supestamente ajeno y en una lengua que no dominaban, a la sombra de influencias anglosajonas de harcore punk y thrash californiano, sin bateria propia y usando palos de escoba como soportes para los platillos.

Quizás los padres fundadores de Estados Unidos son nuestro Motörhead, y James Madison es Lemmy. Los “Estados Unidos Mexicanos” también iniciaron con traducciones modestas, a veces literales y otras figuradas. La Constitución mexicana de 1824 trasplantó el federalismo y tradujo disposiciones de la estadounidense. Esta constitución trasplantó de EUA el deber de los estados de reconocer a los actos de otras entidades federativas en el hoy artículo 121, y la de 1857 incorporó la supremacía constitucional en el actual 133.

Sin embargo, las inspiraciones anglosajonas mutan en contextos latinoamericanos tan inventivos como desiguales. No tenemos una Corte Suprema, sino una “Suprema Corte”. Si lo que pretende resaltar su nombre es la supremacía del tribunal de Pino Suárez, esto se contradice por la preeminencia del Poder Revisor que revoca las sentencias – como la de la Ley de Seguridad Interior– que incomodan al gobierno en turno. Así como Troops of Doom empezaba con “um, dois, tres, quatro”, las disposiciones e instituciones traducidas interactúan con una cultura jurídica que concibe y organiza a la constitución no como una ley fundamental más, sino como un código reformable o, peor aun, como un programa social clientelista. Los primeros discos de Sepultura eran indiferentes a la causa indígena, al igual que la concepción predominante del constitucionalismo pre-revolucionario los invisibilizaba o, incluso, liberales como José Luis Mora, pedían su asimilación.

Watchers of morality
Controlled by the hierarchy
Machine to society
Falling to conformity

(C.I.U)

Ahora, regresando al mundo musical: Sepultura abandonó las ficciones satanistas para afrontar la cruda realidad brasileña mientras se emancipaba intelectualmente. En Arise (1991), honraron a Motörhead con Orgasmastron, pero además reintrodujeron la protesta como elemento lírico que se había perdido en la transición harcore punk-metal-thrash. En  Dead Embrionic Cells compusieron un puente que te obliga a hacer headbang, al tiempo que daban cuenta de la agonía de nacer sin un futuro. En C.I.U. con letras de Katherine Moses, rechazan la idea del Rule of Law; la Ley no aplica igual para todos pues las autoridades pueden ser criminales con uniforme que se esconden detrás de una placa o una toga para abusar del poder. Con Altered State empezaban a experimentar con percusiones tribales y en Murder lamentaban la normalización de los asesinatos impunes y el hacinamiento penitenciario.

Tanks on the streets
Confronting police
Bleeding the Plebs
Raging crowd
Burning cars
Bloodshed starts
Who’ll be alive?!

(Refuse/Resist)

La protesta, tan local como global, fue la fuerza gravitacional de Chaos. Para este disco subversivo utilizaron los estudios Rockfield en Gales, donde Queen grabó Bohemian Rhapsody. El video de Refuse sincroniza al Tank Man de Tiananmén y con el latido fetal del entonces futuro hijo de Max, mientras sus letras llaman a resistir la violencia estatal, no a provocarla.  El corto de Territory, con imágenes del Mar Muerto y graffitis anti-ocupación, cuestiona la lucha por tierras, una temática tan aplicable al conflicto palestino como a la resistencia indígena en Brasil y el resto del mundo post-neo-colonial. Propaganda confronta el racismo alimentado por los prejuicios y la desinformación.  Manifest rinde tributo a las 111 víctimas de la Masacre de Carandirú, sin dejar de cuestionar la brutalidad de la policía militar de Sao Paulo. Pero todo se calla para el himno instrumental emancipatorio de Kaiowás, que, sin recurrir a letras, denuncia la industrialización del Amazonas, el robo de futuro a los jóvenes indígenas del estado de Mato Grosso, y la promesa incumplida del artículo 231 de la Constitución Brasileña del respeto a los derechos originarios de las tierras tradicionales.

¿Cómo refleja el espejo transdisciplinario la hegemonía jurídica y cultural del Norte en México? ¿El Derecho ha sido servil a las fuerzas políticas o ha sido un mecanismo de transformación social? ¿Cómo se han relacionado las autoridades con los pueblos originarios? Con todas sus deficiencias, el Amparo no puede ser reducido a la influencia del judicial review, de La Democracia en América de Tocqueville, o al derecho medieval aragonés. El Constituyente de Querétaro aportó la primera constitución social del mundo, antes que Weimar o los soviets de Rusia. Al mismo tiempo, excluyó a todas las mujeres y diseñó un sistema presidencial que daría continuidad a un autoritarismo que permanece vigente. La constitución visibilizaba desigualdades de clase en los artículos 3, 27 y 123, pero apenas murmuraba la palabra “tribu”, ignorando temas étnicos y la existencia de un “México Profundo”. El constitucionalismo liberal se imaginaba hombre, y clasemediero, el social reconocía en papel las desigualdades, pero se concebía mestizo e hispanoparlante a final de cuentas.  

Sin abandonar la protesta política, el tribalismo y el sincretismo cultural permeó todo el disco de Roots.  Roots Bloody Roots, la canción de apertura resumía el esfuerzo por romper fronteras musicales al tiempo de reconectarse con su “brasilianidad”; Attitude abría con un intro de birimbao, un instrumento que llegó a tierras americanas a través de la capoeira y como consecuencia del esclavismo. Ratamahatta, el último sencillo, es una palabra inventada formada por Rata y Mahatma (Ghandi y una plaza de Rio de Janiero) o Manhattan, en posible alusión al distrito neoyorquino que Carlinhos Brown exploró como taxista.  La canción es una mezcla de Poesía de Rua, latin-metal (¿?) y música popular brasileña, con vocales de Brown y Cavalera y un prefacio musical de los Xavantes. Con los Xavantes también trabajaron en Itsári (“Raíces” en a’uwẽ), la secuela de Kaiowás que grabaron con ellos en la aldea Pimentel Barbosa.

Pero, a todo esto, ¿qué es el tribalismo? Lo que sea que signifique, ¿será que Sepultura terminó exotizando a los Xavantes para el mercado del Norte? No queda claro hasta qué punto fue una asociación orgánica entre pares y no una selección prefabricada con fines comerciales o por el simple placer de sonar avant-garde con lo “indígena”. Hay frases en la biografía de Max que pueden interpretarse en un sentido poco igualitario, p. ej. que Sepultura quería la “full-indian experience”. Con todo, hay indicios de que fue un acuerdo honesto y relativamente equilibrado. Aunque al principio querían trabajar con los Kayapó, sus contactos musicales los llevaron a trabajar con los Xavantes, también políticamente activos, pero menos radicales. Sepultura pagó por la colaboración, reconoció el derecho perpetuo de los Xavantes a recibir regalías y aceptó que, si en cualquier momento la comunidad se sentía incomoda, se cancelaba el proyecto. Años más tarde, seguirían en contacto con cartas y tocarían juntos en São Paulo.

Una lectura, quizás sesgada por mis gustos musicales, es que no fue una extracción antropológica sino una alianza contra-hegemónica. Una alianza, por un lado, entre quienes se niegan a ser, lo que Rivera Cusicanqui llama “indios permitidos”, los Xavantes políticamente incorrectos que resisten ser piezas de folclor y confrontan al gobierno, agroindustrias y mineras por la extracción de sus tierras. Y, por otro, Sepultura, quienes también denuncian a las autoridades estales y se niegan a ser los “músicos permitidos”. Quienes cuestionan tanto la exclusión de la subcultura metalera de la sociedad dominante, como los estándares puristas de algunos sectores del metal anglosajón.

Ahora, ¿qué se puede decir de la relación actual de las autoridades mexicanas con lo “tribal”? La situación no ha cambiado demasiado desde 1917. Cuando Felipe Calderón era diputado federal, rechazó que integrantes del EZLN usaran la Tribuna del Congreso de la Unión, aunque como presidente aplaudiría la causa indígena. AMLO no pidió permiso para usar el principio zapatista de “mandar obedeciendo” en su Plan Nacional de Desarrollo, mucho menos pagó regalías, aunque no las aceptarían. Sin permiso de las comunidades, mal-llamó a un megaproyecto como “Maya”, y se negó a aceptar que la consulta previa no respetó los estándares de la ONU.  La Suprema Corte no vio lo que para los Xavantes en Mato Grosso o Nahuas en Puebla es evidente: que la minería y los interés indígenas están estrechamente relacionados. Así, la Corte les negó un amparo en que reclamaban la falta de consulta en el proceso legislativo de la ley minera. En las elecciones de 2018, el INE desarrolló una app para precandidaturas monolingüe que requería un Smartphone y ser usuario de Google o Facebook, un mecanismo que tuvo más en mente a los desarrolladores del Silicon Valley que al México rural. El Tribunal electoral negó que la medida discriminara a “no-digitales”. Así, el constitucionalismo mexicano sigue en batallas internas y transnacionales entre imitar al Norte, mercantilizar lo indígena, y lograr un verdadero pluralismo.

Sepultura y “el abogado permitido”

La mayor lección que nos brinda Sepultura es la protesta contra la homogeneización. No se debe estandarizar el metal según las preconcepciones simplistas, pero tampoco se deben rechazar influencias “extranjeras”. Hay que oponerse a la uniformidad de estilos de vida para el beneficio de empresas transnacionales, pero hay que estrechar lazos entre los Méxicos, Brasiles y Estados Unidos urbanos y profundos. La amistad, como la música, no admite límites territoriales, pero tampoco se deben ignorar los distintos procesos políticos, económicos y culturales que nos impactan de manera diferenciada. 

Sepultura luchó contra esta homogeneización generando grietas internas a la práctica social. Con cadencia belo-horizontina gritaron canciones de protesta al lado de bandas que se caracterizaban por su conservadurismo político, o que incluso coquetean con el supremacismo. Con alianzas sonoras entre excluidos introdujeron instrumentos del África subsahariana y ritmos de las amazonas en un género purista que se jacta de tener decenas de sub-géneros claramente distinguibles. Con grietas reconstruyeron su entendimiento de lo musical mientras se hicieron camino por el mundo anglo/caucásico del metal.  

La enseñanza transdisciplinaria más importante de este abordaje de Metal y Derecho es la posibilidad de agrietar el estereotipo del “abogado permitido”. La profesión de jurista no se reduce a usar traje, citar a juristas de Massachusetts, llamarse mutuamente “lics”, y redactar cláusulas supuestamente neutras en medio de una sociedad desigual. Ser abogadoae es cuestionar a colegas y autoridades, es oponerse al neo-feudalismo mexicano, es ser parte de muchas subculturas, incluidas las jurídicas, que nos definen y co-definimos. Así, con acento tapatío, mal-pronuncio mi parte favorita de Laws Empire para cuestionar el racismo vigente, introduzco himnos metaleros en el catálogo de fuentes jurídicas válidas, y espero generar alianzas para repensar el oficio del jurista. Tal y como a algunos nos emociona escuchar canciones como Kaiowás o Ratamahatta, en una sociedad pluralista, diversa y contradictoria nos debe ilusionar el reto de materializar el 39 constitucional: “Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste.”

¿Por qué música de protesta?

¡Qué espanto causa el rostro del fascismo! Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada. La sangre para ellos son medallas. La matanza es acto de heroísmo.

Victor Jara

No hace mucho tiempo, cuando el espectro del fascismo dominaba América Latina en forma de dictaduras militares, uno de los iconos más grandes de la canción protesta latinoamericana, Víctor Jara, fue torturado por un oficial apodado “El Príncipe”, quien le cortó las manos y la lengua antes de matarlo a 44 balazos aquel 16 de septiembre de 1973 en el Estado de Chile. Su único crimen fue el canto.

Curioso que en pleno 2021, se haya condenado al rapero catalán, Pablo Hasél, a pasar 9 meses en prisión por el mismo crimen, aunque tipificado como “exaltación al terrorismo” e “injurias a la Corona”, entre tanto el rey emérito anda impune en Arabia Saudita disfrutando de los millones que recibió por actos de corrupción. Pablo Hasél ahora igual que Jara es víctima de la misma figura, esto es, la del Príncipe y los monarcas.

¿Quiénes son los jueces que interpretan qué ha de entenderse por libertad de expresión? En España se creía que, con la muerte de Franco y la amnistía a los culpables, la democracia y los derechos humanos habían triunfado. Sin embargo, el encarcelamiento de Pablo Hasél cuestiona esta fantasía y pone de manifiesto que quienes ocupan los puestos de poder siguen siendo los mismos que con Franco: los fascistas amantes de la monarquía.

Todo esto mientras la División Azul insulta a la comunidad judía en una manifestación en honor a los soldados que murieron combatiendo junto a Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Hasta ahora no ha habido detenidos por “exaltación al terrorismo” aunque sin reservas llamaron a los judíos “el culpable” de que tanto España como Europa sean ahora débiles.

Las libertades abstractas no existen y los poderes judiciales neutrales y apolíticos tampoco. Los jueces que resolvieron sobre la libertad de Hasél, consideraron que las rimas del rapero catalán podían ser consideradas como “discurso de odio” que “inquietan a un sector de la población”. Sin embargo, omitieron mencionar que ese sector de la población es nada más y nada menos que la monarquía, a quienes no les gusta su papel antidemocrático como jefes de Estado sea cuestionado.

¿Qué clase de democracia es aquella que mantiene a toda una familia que no ganó elección alguna por el resto de sus vidas a costa del erario? La monarquía española se sostiene sobre la nada y necesita de castigos públicos y ejemplares que sirvan de ejemplo para quienes ostenten ideas republicanas como en el más antiguo derecho inquisitorial, protegiendo así su frágil legitimidad.

No condenaron a Hasél, condenaron unas ideas, una militancia republicana y antifascista. Condenan a unos pocos para asustarnos a todos. Va más allá de los delitos de opinión, nos condenan por contar lo que hacen, por decir verdades”.  No es casual que quienes siempre se sienten en el banquillo de los acusados a ser juzgados y procesados por transgredir los límites al derecho de “la libertad de expresión” son los antifascistas.

Ha llegado el momento de superar el Estado de clase que defiende a los opresores sobre los oprimidos, a pesar de ser siempre ellos quienes incitan a la violencia, no a través de palabras o “discursos de odio”, sino a través de acciones y políticas concretas dirigidas directamente en contra de los trabajadores para defender los intereses de los monarcas, los dictadores como Franco y sus benefactores, los grandes empresarios. Tres figuras antidemocráticas que controlan cada aspecto de nuestras vidas y quienes necesitan de los poderes de gobierno para judicializar sus intereses para traer orden a la explotación.

Con esto en mente, tanto para Jara como para Hasél, la lucha por la libertad de expresión es más que una lucha jurídica ante tribunales, es una lucha de clases y, como tal, es violenta. Hasél sabe, como saben muchos y muchas hoy día, que para alcanzar la democracia real y no la ficción que se vive en España y en el resto del mundo, se tiene que estar dispuesto a entregar la libertad y la vida de ser necesario. La lucha real, “no espera que los derechos caigan del cielo y siempre despierta sueña, sabiendo que sin acción se burlan del pueblo. La que sabe que el problema se llama capitalismo y lo combate a diario”.

Dedico esta introducción a quienes por defender los ideales anticapitalistas y antifascistas dieron su vida en sacrificio. Antes Jara, hoy Hásel, mañana podríamos ser tú o yo. Por ello, hoy grito abiertamente: ¡viva la República y muerte al capitalismo! ¡Sin reyes, ni amos!